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jueves, abril 25, 2024

Sobre la memoria humana y otros misterios

Hace mucho tiempo probé por primera vez una almendra. No me refiero a la semilla que consumimos con frecuencia, fue la pulpa que la envuelve. Pasaron muchos años, más de los que quisiera mencionar, hasta que, por casualidad, pude comerla de nuevo.

Algún mecanismo fabuloso me hizo reconocer el sabor inmediatamente, el recuerdo de la primera vez fue instantáneo e inequívoco. Más de cincuenta años entre una y otra.
¿Dónde estaba guardado ese recuerdo?

Los científicos dicen que en hipocampo y quizá en otros lugares del cerebro, pero la verdad es que esa experiencia me obligó a leer un poco sobre la memoria.

Encontré algunas respuestas, pero la verdad es que surgieron más y más preguntas, algunas que no logro contestar todavía. Por ejemplo: en ninguno de los pequeños tratados y artículos que leí alguien preguntó “¿por qué recordamos un olor y cómo es inconfundible?”

¿En qué lugar del cerebro está guardado ese recuerdo? Porque, aparentemente, es más fácil recordar un perfume o un aroma que un número o nombre.

No es me refiero a aquello que produce (alimento, químico, etc.), determinado olor, si no al olor en sí. Tenemos una parte del cerebro que, independientemente de nuestro deseo, se encarga de guardar el recuerdo de los aromas.

Lo mismo sucede con sabores, existe algún lugar específico en el cerebro donde se encuentre almacenada toda la información sobre los sabores de las cosas; de ser así, ¿cuál es? No hay muchos estudios sobre eso.

Por otra parte, hay ciertos “laberintos” de la memoria que también tienen poco estudio, pero que son igual de misteriosos y apasionantes.

El siguiente es un experimento que le recomiendo. Si lo hace es posible que nos sintonicemos en la misma onda. Quiero decir, a lo mejor por un momento comparta mi curiosidad sobre la memoria.

Vamos a ver: primero levante los brazos a ambos lados de su cuerpo, lo más extendidos que pueda. Luego cierre los ojos totalmente, no vea nada.

Ahora viene lo más interesante, sin abrir los ojos toque la punta de su nariz con el dedo índice de la mano izquierda. ¡Listo! Sencillo, ¿verdad?

Ahora conteste: ¿Cómo supo dónde estaba su nariz? ¿Cómo pudo encontrar esa “dirección” con tanta facilidad?

Claro que se trata de una parte de usted mismo pero ¿dónde está guardada esa información?

De igual manera usted puede localizar cualquier parte de su cuerpo a ciegas, desde luego que es algo natural y facilísimo, pero no por eso deja de ser muy extraño, ¿cierto?

En los estudios que leí, confieso que quizá muy rápidamente, expertos hablan de nuestra capacidad para almacenar cifras, fórmulas, procedimientos, rostros, imágenes y mucho más.
Pero no encontré nada que diga cómo nuestros dedos “recuerdan” la textura de objetos tan diferentes como madera, vidrio, arena y cabello, sólo para citar unos cuantos ejemplos.

¿Dónde, en qué parte de nuestro cerebro está almacenada esa no tan sencilla información?

¿Será en el mismo lugar donde se guardan cifras, nombres y datos o, tendrá nuestra piel capacidad de memorizar y hacernos recordar o reconocer instantáneamente?

¿Está eso en nuestra piel relacionado con el reconocimiento al contacto de calor, frío, viento, agua?

Por otra parte, siempre ha sido un gran misterio para mí la razón por la cual, para guardar alguna parte de la información que recibimos, debemos repetir y repetir una y otra vez para que “se nos quede”.

En la escuela y colegio nos obligaban a memorizar ciertas cosas (para nuestro beneficio, lo reconozco). Tablas de multiplicar, letras del alfabeto, capitales del mundo, símbolos y valencias de los elementos, etc.

Era duro “garrotear”, costaba que se grabaran en el cerebro para siempre.
Pero algunas cosas de menor o ninguna importancia son absorbidas por nuestro cerebro a la primera; nombres de estrellas del fútbol, malas palabras, tonadas musicales y largas canciones con letras estúpidas, gestos con algún significado, especialmente si es algo insultante, etc.

Por qué nos es tan difícil memorizar datos de valor y tan fácil que se nos graben en el cerebro y para siempre cosas banales.

Pero hay misterios más grandes todavía: Por ejemplo, por qué en la infancia y adolescencia temprana nos inclinamos más a creer y tomar por verdad absoluta cualquier estupidez que nos pueda decir un compañero o amigo, especialmente si es alguien de quien se dice está “adelantado”, que aprender las lecciones arduamente planeadas y de efectividad comprobadas de maestros experimentados a lo largo de educar miles y miles de alumnos.
Entonces, creemos más a algún imbécil que a lo que nos pueda decir un adulto formal, centrado y calificado, incluyendo padre y madre, hermano mayor y, desde luego, los profesores… ¿por qué?

Como digo algunas veces: Seguiremos informando.
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