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domingo, mayo 19, 2024

Robot, inteligencia artificial y trata de seres

José R. Reyes Ávila
Abogado España/Centroamérica

En el mundo distópico orwelliano en el que vivimos, coexisten dos inteligencias: la humana y la artificial, y ambas buscan solucionar problemas cotidianos.

La inteligencia humana se suele entender, desde un punto de vista biológico, como la capacidad que nos permite adaptarnos a situaciones nuevas para sobrevivir y solventarlas con éxito; es decir, con la inteligencia buscamos solucionar problemas, no crearlos.

La inteligencia artificial es, por otra parte, la emulación del pensamiento humano por parte de computadoras, ya sean estas dispositivos o robots, y busca solucionar problemas a partir de la hibridación entre la mente humana con las tecnologías.

Podríamos decir, desde la esfera del profano, que la diferencia entre la una y la otra está en la psique, en la individualidad y en los sentimientos más profundos del ser. Esta diferencia es sustancial para tener un punto de partida ético en este tema, y para saber si al final la inteligencia artificial y los robots son beneficiosos para la humanidad.

Una forma de inteligencia artificial son los robots programados para desarrollar múltiples tareas que van desde labores mecánicas, domésticas, industriales, y legales.

Sophia, el robot androide con ciudadanía saudí, tiene un software de inteligencia artificial que le permite mantener contacto visual con personas de las cuales puede retener información e, incluso, reconocer sus rostros. Además de poder calcar la personalidad humana, puede mantener una conversación, contar y explicar chistes, etc. Entre sus objetivos está el combate contra la explotación animal, infantil y la trata de personas.

Sobre estos objetivos y actividades quiero hablar un poco, ya que hay robots cumpliendo diferentes funciones en varias partes del planeta. Por ejemplo, en China han servido como “jueces” en los últimos cinco años con resultados sorprendentes. En Canadá, el robot “Ross” se ha convertido en “abogado litigante”; en España, el robot “Roberta”, del despacho Tolentino abogados, ha sido cargado con información sobre la materia, y los ciudadanos pueden realizar cualquier cantidad de consultas por hora, a la vez que sirve para resolver dudas legales en el menor tiempo posible, haciendo más efectivo el trabajo de los abogados al liberarlos de responder consultas por cualquier medio físico o informático, porque estas máquinas lo saben hacer.

Antes hay que tener claros algunos puntos: ¿qué son los robots?, ¿qué tipo de personalidad deben tener?, ¿deben tener una personalidad electrónica (diferente a la personalidad jurídica propia del derecho civil)?, ¿cuáles deben ser sus derechos y obligaciones?, ¿a qué entidad representan?, ¿serán capaces de ser útiles a la empresa, a la administración pública y a la sociedad, protegiendo los derechos de los ciudadanos? Y, sobre todo, ¿qué tipo de responsabilidad deben tener los robots en caso de lesionar los derechos del ser humano? La cosa no es nada fácil.

Para protegernos de los robots en el futuro, el Parlamento Europeo ha determinado una serie de principios “éticos” en los que debe sustentarse la actividad de estas máquinas inteligentes. Estos son los principios de no maleficencia, beneficencia, autonomía y justicia. El robot no puede albergar maldad contra el ser humano, tiene que ser beneficioso a este, debe pensar de forma autónoma y debe ser justo.

La conducta ética del robot dependerá en gran medida de la entidad, el gobierno o la persona que lo programe. Mucho que decir, por eso cada uno de estos apartados los abordaré en artículos posteriores.

Con estos principios de base, ¿puede la inteligencia artificial ayudar a controlar plagas sociales como la “trata o tráfico de personas”, y desarrollar una propuesta científica alejada de toda vinculación política, sectaria o de intereses espurios, simplemente buscando el beneficio de la humanidad?

La trata de personas, comercio de personas o tráfico humano es el movimiento ilegal de seres humanos con propósitos de explotación o esclavitud laboral, mental, reproductiva, sexual, trabajos forzados, extracción de órganos, o cualquier forma moderna de esclavitud contra la voluntad y el bienestar del ser humano. Es un delito de naturaleza transnacional que lo sufren más de 40 millones de personas en el mundo, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas (ACNUR); y los números no dejan de incrementarse. Si bien la forma más conocida de trata de personas es la explotación sexual, cientos de miles de víctimas también son objeto de trata con fines de trabajo forzoso, servidumbre doméstica, mendicidad infantil o extracción de órganos.

La “inteligencia humana” no ha sido capaz de hacerle frente al fenómeno ni de brindar soluciones. Tampoco los Estados ni organismos internacionales dan respuestas contundentes. No estaría de más utilizar la “inteligencia artificial” y programar un robot similar a Sophia (que de hecho algo sabe del tema, según cuentan), para que nos dé luces ante semejante realidad. Es una idea…

No cabe duda de que la humanidad ha entrado en un proceso claro de involución ética moral, y es esta humanidad la encargada de resolver, con su inteligencia, los problemas actuales y prevenir los futuros. Si el ser humano de hoy no es capaz de dar solución a la trata de personas a lo mejor un robot lo consiga, a menos que ese robot diga “que debemos someternos él y ser gobernados por la “inteligencia artificial”, ya que la inteligencia humana la usamos mal. A lo mejor ya estamos bajo su imperio. Alejandro Magno dijo en su día “de la conducta de cada uno depende el futuro de todos”, y qué razón tenía.

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