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viernes, abril 19, 2024

Mel Zelaya, el señor del caos

Este gobierno está medio raro, en verdad. Hemos tenido ministros buenos (muy pocos), la mayoría promedio y algunos pésimos. Redes de corrupción espantosas orquestadas por los militares en el tiempo de la dictadura castrense (Conadi, por solo mencionar un caso o el “Banana Gate”) o por el Partido Nacional, pero en el caso de Libre no hay día que no me quede espantado de ver una administración pública, en general, llena de personajes muy extraños.

Los hay incapaces, vengativos, arbitrarios, ignorantes e inexpertos totales, pero casi todos con un odio visceral desbordado y repulsivo. No se votó por ellos para eso, sino para que administraran bien la cosa pública, pero al parecer no lo entienden, aún no lo entienden.

Siendo más específico en lo raro que yo veo en este gobierno es esa manía de poner a gente que no llena los requisitos mínimos de educación universitaria, posgrados, experiencia, competencia sobre la materia que van a dirigir.

El caso más asombros y delicado ha sido el de Rixi Moncada en un cargo tan delicado como las finanzas públicas del país. Otro caso extraño es el de José Manuel Zelaya como secretario de Defensa cuando no tiene ni idea de la complejidad de ese tema. Uno que ha resultado indigerible es el de Julissa Villanueva que era una aguerrida patóloga que buscaba la verdad, ¿qué sabe ella de Seguridad Pública? Ahora se ha convertido en uno de los personajes de este gobierno más cuestionados e incluso odiados.

Nada que ver con funcionarios que sí saben del tema que se les ha encargado: Rebeca Santos, Edwin Araque, Manuel Matheu o Pedro Barquero. También la ministra de la Secretaría de Agricultura y Ganadería, Laura Elena Suazo Torres, egresada de El Zamorano. ¡Qué más atestado que ese!

Aunado a la falta de conocimientos y experiencia, también asusta la juventud por la que ha se ha apostado. Los que bregamos por esta vida desde hace ya ratos sabemos el largo camino que debe recorrer alguien para llamarse experto y poder ser digno de un puesto en el gobierno o en la empresa privada, pero vemos un jardín de cipotes que no cumplen los 30 años, o que apenas los han cumplido, y no creo que tengan ni un diplomado sobre el campo que administran. Muchachos a los que han premiado por haber sido gaseados y no estudiados.

Fausto Cálix en tan delicado asunto de aduanas o Marlon Ochoa en lo que refiere a la captación de tributos. En el caso de José Cardona, quien administra todo lo referente a los proyectos solidarios, no sé si sea muy joven, pero actúa como tal. El caso más dramático es el nombramiento como subgerente de Hondutel, una empresa tan delicada como técnica… a un periodista, y además un muchacho que lo único que hace es decir cuanta cosa se le viene en mente, Gabriel Bonilla. Inaudito.

Y no podemos olvidar a los ministros que son el epítome de la patanería, la distorsión de la realidad, la mentira grosera y descarada: Ricardo Salgado y Milton Benítez. Frustrante.

Es tan deprimente ver que las esperanzas de un cambio estén en manos de gente que no sabe nada de lo que tiene en sus manos, y encima sufrir en el día a día una delincuencia desbordada y las tomas de carreteras. Ya vieron que con este gobierno se puede hacer relajo y lo aprovechan.

No puedo dejar de mencionar a los colectivos que dañan propiedad pública, allanan e invaden, insultan, agreden, lesionan, ordenan que se contrate a éste o al otro, y el máximo coordinador de Libre no dice nada. Que no crea que se nos pasa de largo que son sus súbditos.

Ni los nacionalistas, que ya acumulaban todas las calamidades de la política desprestigiada, arbitraria y corrupta de la historia del país fueron tan malos. Detrás de todo esto está Mel Zelaya. Es el amo y señor del caos. Sigue el manual chavista, pero ha puesto también sus ingredientes.

No le importa impedir que gobierne adecuadamente su esposa, ni dañar a su delfín, Héctor Zelaya. Lo que le importa es que arda el país.

¿Hacia dónde nos lleva el olanchano? A una continua confrontación entre hermanos hondureños. Eso sin duda. ¿Y después?

Por Carlos Alvarenga, abogado.

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