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lunes, abril 29, 2024

LETRAS LIBERTARIAS: Los seguidores de Barrabás siguen vivos

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Barrabás, como se sabe en todo el mundo cristiano, fue el personaje que el prefecto de Judea, Poncio Pilatos, puso en libertad durante la celebración de las fiestas de la pascua judía, lo que significó, al mismo tiempo, la condena a muerte de Jesús de Nazaret a manos de la rancia oligarquía sacerdotal y el mismo Imperio romano. La fatalidad del hecho, revestida a todas luces de injusticia, marca uno de los hitos más escalofriantes de la historia del cristianismo.

Este hecho, sin embargo, remarca lo que algunos teóricos de la política señalan sobre la ironía de las decisiones públicas, al considerar que, en cuestiones plebiscitarias, no siempre los dictámenes de las mayorías devienen en racionalidad ni en rectitud moral. La chusma que votó por Barrabás prefirió la iniquidad antes que la magnanimidad del Salvador, incitados por los mismos sacerdotes del Sanedrín que prefirieron la inmolación del Justo, antes que perder los privilegios que otorga el poder.

Los seguidores de Barrabás siguen tan vivos en América Latina cuando eligen y aplauden a los corruptos y ladrones del Estado. Los podemos ver en las elecciones de cada país, concediendo el voto, no a los mejores ni a los más limpios, sino a los malvivientes que han trascendido por su enviciada trayectoria delincuencial, y que prometen poner orden a las cosas a cambio del apoyo popular. En ese mismo género se encasillan los gobiernos autocráticos de hoy. Muchos de los famosos dictadores y autócratas de América Latina, enfundados en la retórica democrática, han resultado ser los más votados por el público y, en reiteradas ocasiones, reelectos por los narcotizados partidarios, para quienes, las simpatías que aquellos despiertan pesan más que las mentiras y la violación a las leyes en sus países.

¿A qué se debe este fenómeno tan arraigado en América Latina, que ha vuelto a ponerse de moda en el siglo XXI? Los ciudadanos, hastiados de las promesas incumplidas y la improductiva lucha cotidiana por la existencia, se han desencantado de la política y de los políticos. Pero también hay otras explicaciones más emparentadas con las ideologías y las conductas de las masas, como apostaban Wilhelm Reich y el mismo Gustave Le Bon. Las ideologías, por ejemplo, provienen de mitos arraigados en el subconsciente que hacen las veces de guías para dirigir los comportamientos tribales, donde la figura del jefe o el caudillo, es la más venerada. Todos los seres humanos precisamos de protección y amparo, es verdad, y, hasta donde sabemos, el dictador ofrece estas prerrogativas a cambio de un apoyo masivo para mantenerse en el poder.

Los mitos, como los nacionalismos, el indigenismo, el bolivarianismo o los eslóganes revolucionarios, ofrecen en su sencillez, la materia prima que moldea la psique de las masas menos cultivadas que aplauden, extasiadas, las arengas de dictadores y demagogos de los que tanto abundan en nuestro continente. Identificarse con las masas sin empleo y empobrecidas, o con las minorías que suman votos, es el mejor negocio político del momento.

Pero todo se debe a esa raíz tribal que llevamos muy dentro los seres humanos, que nos compele, como bien decía Mario Vargas Llosa en una entrevista, a clamar por una figura paterna que nos proteja frente al “desorden” de posturas e ideas antagónicas que estimula la democracia. “Debajo del civilizado -del que todos presumimos ser-, siempre hay un salvaje” asegura el nobel peruano. Y es verdad. Los dictadores de ayer y hoy, han contado con un masivo apoyo popular, incluso de intelectuales y académicos que rubrican alabanzas a su favor. Tengo un buen amigo militante de izquierdas, que postea en las redes sociales su admiración profunda hacia Daniel Ortega, pese a los excesos cometidos por el dictador nicaragüense.

Las ideologías, como decíamos, son las vendas puestas sobre la razón y la lógica. Son esas mismas vendas las que deformaron el juicio de los seguidores de Barrabás, en aquel fatídico año del Señor.

 

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