Un “climatólogo” de la política le vendría muy bien a toda sociedad para que nos advirtiese sobre las posibilidades de la llegada de un régimen dictatorial.
Un especialista de tal naturaleza caería de perlas para que los ciudadanos tomasen las respectivas medidas de previsión y contención; algo así como cuando The Weather Channel anuncia el clima extendido de los días venideros.
Pero no hay tal fulano ni tal agencia. En cualquier caso, la gente no quiere saber nada de tempestades ni temporales incómodos y proseguir con su vida de días soleados de modo que sus hábitos no se vean alterados.
La gente quiere estabilidad en cada cosa, incluso en la política, a la que las masas no le prestan la debida atención porque se trata de una galaxia distante y porque resta tiempo precioso que podría utilizarse en cosas más provechosas. Pero se equivocan.
Mientras los ciclos de la naturaleza nos anuncian su llegada y los climatólogos nos previenen sobre las posibilidades extremas, en las sociedades humanas, donde casi todo es contingencial y cambiante, nada parece advertirnos del comportamiento que ejercerán los gobiernos autoritarios sobre las vidas de sus súbditos.
En realidad, las advertencias suelen llegar demasiado tarde, justo cuando la maquinaria del Estado asfixia las libertades de los ciudadanos, y la misión de las instituciones se reduce a consentir los caprichos ilimitados del tirano.
Las estratagemas de un poder totalitario, que perturba la cotidianeidad de los ciudadanos, suelen entrar de a poco, mientras las situaciones “extendidas” – así como sucede con el clima – no son predecibles, salvo para quienes pergeñan sus intenciones y objetivos políticos en los plazos convenidos.
Las masas, ignorantes de todo, prefieren vivir sumergidas en una cotidianeidad que no presta oídos a las noticias serias, y eligen divertirse con las chanzas políticas en TikTok; descargar sus pareceres superfluos y sus rabietas en “X”, creyendo que, de esta manera, contribuyen a inclinar la balanza hacia el caos y la destrucción del poder. O simplemente escogen hacer caso omiso a las peripecias de ese conglomerado de bribones en saco y corbata. También se equivocan.
Pero un día, el sistema que conocieron y vivieron con todo y sus imperfecciones y vicios, colapsa.
Cada símbolo del “ancien régime” va desapareciendo bajo la vorágine del tornado estatal; la simbología del pasado -cultos, iconos, y rutinas- se borra de la mente con la nueva propaganda.
La gente comienza a sentir los extremos -como el clima riguroso- de aquella política que ignoraron por considerarla infructuosa.
Así van apareciendo las prohibiciones de esto y de aquello; los valladares, las escaseces y limitaciones; los abrumadores enredos burocráticos: la vida se complica.
Imitando la promesa judeocristiana de la eternidad, los dictadores anuncian que “los tiempos se han cumplido”; que, en adelante, los desdichados disfrutarán de lo que históricamente les ha sido negado.
Bajo la égida de una “nueva” moral, los bolcheviques legitimaron el asesinato y el destierro para que los proletarios instalaran una dictadura que fue confiscada por la élite del Partido Comunista.
Antes de la llegada de ese clima tormentoso, debemos poner atención a los preavisos; a lo sospechable, lo imaginable; y tomar las precauciones antes de que sea demasiado tarde, pues, una vez instaladas las tiranías, no existe manera de contrarrestar su poderío perverso; solo queda la resignación, el silencio, la conformidad involuntaria, la desdicha.