“ES un tema –mensaje de un dirigente empresarial–que vale la pena profundice en él”. Igual solicitan otros lectores. Así que, complaciendo peticiones, aquí una lista corta de otros autores que, igual a Krauze –“un ciudadano de cualquiera de nuestros países apenas conoce la historia del resto”– abordan la escasa conciencia “de pensar a Latinoamérica en su conjunto”.
En torno al escuálido compromiso de unidad regional, citan la falta de conocimiento mutuo y la ausencia de una visión conjunta, como limitaciones recurrentes”.
En su ensayo, “El laberinto de la Soledad, Octavio Paz señala “la fragmentación cultural y la falta de autoconocimiento como dificultad de los países latinoamericanos para conocerse a sí mismos y entender al otro”.
Aunque Eduardo Galeano en “Las Venas Abiertas de América Latina”, victimiza el fenómeno latinoamericano, echándole la culpa a otros por la impotencia propia de substraerse “de la influencia de las explotaciones externas”, no deja de reflexionar sobre “la falta de un verdadero entendimiento y solidaridad entre los propios latinoamericanos”.
En “La Civilización del Espectáculo”, Mario Vargas Llosa critica “la superficialidad del conocimiento que se tiene sobre la historia y los problemas de los países vecinos, así como la falta de una conciencia colectiva latinoamericana”.
El filósofo mexicano Leopoldo Zea, preocupado en sus escritos por “la construcción de una identidad latinoamericana y una unidad cultural”, se lamenta de las barreras que impone la ignorancia mutua”. Regresando a Octavio Paz, ofrece “a México como un ejemplo de cómo los países latinoamericanos tienden a vivir una especie de soledad histórica, una desconexión no solo con el resto del mundo, sino también entre ellos mismos”.
“La idea del desconocimiento entre los países latinoamericanos la considera un resultado de la historia colonial, la fragmentación cultural y la falta de un esfuerzo concertado por crear una narrativa regional compartida”.
Sin embargo, ya que tocamos México, recordamos la pregunta que formulamos al excanciller Castañeda, en una conversación que sostuvimos cuando vino a Tegucigalpa: ¿La razón por la cual México –tan próximo y pendiente de las naciones centroamericanas durante mucho tiempo– fue alejando su mirada del sur para privilegiar su atención hacia el norte? Por supuesto que Estados Unidos, los flujos migratorios, la fuerza de los mercados y sus vínculos fronterizos son ejes incontrovertibles de esa relación.
Pero ello no explica del todo la naturaleza de su distanciamiento, en las últimas décadas, de pueblos y gobiernos de su otra frontera natural. (Pues, sin duda –tercia el Sisimite– la relación con México de estrecha que era en el pasado, casi como si se tratase de un hermano mayor, fue desvaneciéndose. Por años, muchos hondureños buscaban allá educación.
Entretenimiento, ya que era el principal destino turístico. Refugio de políticos expatriados por las dictaduras. Foco de cultura e ilustración para muchos intelectuales hondureños que mantenían fluido contacto epistolar con los mexicanos.
De allá venían los libros, la doctrina, la influencia de las canciones rancheras que sonaban por la radio, las películas de mariachis que exhibían en los cines y de las telenovelas.
¿Y no crees –indaga Winston– que mucho de ese enfriamiento haya sido que los gobiernos mexicanos, después de ser “vecinos distantes” (“tan alejados de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”), una vez que les cayó el veinte que el gran mercado norteamericano era el motor de su desarrollo, perdieron todo interés de vinculación y no volvieron a acordarse de sus hermanitos percudidos del sur? -Algo de eso –vuelve el Sisimite– aunque cuando Ernesto Zedillo, México fue el primero en hacerse presente acá, asistiendo en aquel bíblico diluvio.
Solo que este –que ya se va, pero pareciera que va a seguir mandando– solo asomó el cacho para encaramarse a tuto de un plan (y repartirse él la mitad) destinado al Triángulo Norte, para combatir las raíces de la migración, dizque iba a financiar los Estados Unidos.
¿Y a que atribuís, volviendo al tema inicial, la incultura de ahora? -Bueno –ironiza Winston– quizás algo quede a fuerza de repetirlo: ¿Cuánta gente acá crees que sepa, siquiera superficialmente, lo que sucede en la vecindad y ni hablar de lo más lejos? Convengamos, que hoy por hoy la cultura –ni remedo de la acariciada aspiración de aquellas sociedades de antes, leyendo, informándose y conociendo, en su afán de poseer una cultura universal– ahora se circunscribe a la adicción hipnótica a esos chunches digitales, transmitiendo menudencias, (desde burbujas de soledad), disparando groserías y compartiendo un basural de estupideces).