Dicen que la mentira y la política van de la mano. Eso significa que para gobernar – en América Latina así lo entendemos- es necesario mentir.
No cualquiera domina el intrincado arte de la mentira, por dos razones proporcionales: todo se viene abajo cuando llega el día en que la farsa se destapa.
Segundo, entre más grande sea la muestra poblacional a la que va dirigida el engaño, más difícil resulta tapar la realidad con el velo de una razón perversamente justificada.
La mentira se ha vuelto técnica y arte con el devenir de la democracia liberal, la misma que practicamos para bien o para mal los hondureños.
Es un efecto fenomenológico que aparece cuando el poder no tiene muy claro cómo diablos hacer para enfrentar los problemas más ingentes que aquejan a la sociedad.
El miedo es a perderlo todo; volverse impopular y aflojar el control que ahora se resquebraja.
La única opción que queda es la de mentir, ya sea alterando la información, callando o pintando la realidad con los colores del arcoíris.
O apostando a los sentimientos del ciudadano común y corriente. Es en este momento donde entra en juego la maquinaria propagandística de cualquier gobierno.
Toda mentira oficialista adquiere tres dimensiones: la pública, es decir, la que se expresa en los medios; la que argumenta el individuo en las calles y la que se maneja en el “bunker” de Casa Presidencial.
La correlación entre las tres, y el éxito alcanzado, medido en el grado de aceptación o rechazo de la ciudadanía, supondrán para un gobierno, al menos por un par de horas, un alivio y una victoria parcial –siempre parcial-, que logrará disminuir el estrés en el equipo del todopoderoso.
Así, frases esparcidas como “nuestra economía está creciendo”, tratan de sugerir que las cosas van bien. Si traducimos los datos oficiales, un crecimiento, digamos de un 1 o 2 % no cambia sustancialmente la situación de la pobreza.
Además, ningún gobierno les dirá a sus súbditos que un pírrico aumento macroeconómico no significa bienestar ni bonanza; al contrario.
Tras la falacia oficialista verdad-mentira, se esconde el escenario que se intenta tapar con el velo del lenguaje especializado.
No hay necesidad de explicarle al público que sin inversión no hay empleo, ni ingresos, ni consumo, y que la dinámica del mercado se viene en picada. En otras palabras, seguiremos siendo atrasados como hasta ahora.
Condenados a escuchar mentiras y medias verdades, en países pobres como Honduras, los ciudadanos prolongaremos nuestro penar, desoyendo, eso sí, las mentiras maquilladas. Y habremos de conformarnos con sobrevivir el día a día como podamos, sin esperar nada a cambio.
Nada se resuelve sin el esfuerzo propio, y por eso razonaremos nuestra voluntad política en lo sucesivo. Todos sabemos lo que eso significa.
No necesitamos de las mentiras de los políticos, aunque suenen a felicidad. Bastará con que tengamos los escasos medios en la oficina, en el taller o en el hogar para salir avante.
Hemos aprendido a sobrevivir sin injerencias y directrices estatales. Por los vientos que soplan, seguiremos desprotegidos no sabemos por cuánto tiempo más.
El turno del “desquite” de los ciudadanos, en todo caso, se expresará justamente en las urnas. A menos que suceda lo de Venezuela, entonces, la historia se irá por el rumbo menos pensado.