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viernes, abril 26, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Por eso no me meto en política

Es fácil decir: “Los políticos son culpables de esto y de lo otro”; o bien, que son unos buenos sinvergüenzas y unos mentirosos, y muchos etcéteras más. Aunque esa plañidera eterna sea cierta, no basta con lanzarlas al aire, donde terminan disolviéndose en el viento. Hay que actuar, y contribuir con los pueblos que sufren los embates de la pobreza y la corrupción, a hacer a un lado a los demagogos que, según mis cuentas viene siendo el 99, 99 por ciento de todo el sistema político de América Latina.

Los políticos demagogos no son la solución a los graves problemas del continente; son el problema. Eso tenemos que metérnoslo en la cabeza. Pero los políticos antidemagogos viven escondidos llevando una vida plácida, esperando a que sean las fuerzas divinas las que nos salven de esos malos ciudadanos que solo ambicionan llegar al poder para disfrutar de las mieles que concede el olimpo politiquero. Los antidemagogos se quedan en casa, en sus oficinas, en la academia, en las iglesias, o en los medios de comunicación. Disfrutan de sus asados domingueros, del hedonismo modernista, del consumismo extremo. No participan en política más que en tiempos electorales, o lanzando una crítica discreta por aquí o por allá, cuando las cosas no salen como deseaban. O se destapan anónimamente en las redes sociales, peleando con una jauría digital que representan el “Troll Army” de los gobiernos.

Cuando la displicencia, la desidia o la comodidad nos sumerge en el sueño eterno de la vida confortable, o en el pesimismo más profundo, entonces les cedemos nuestros lugares a los demagogos, que existen, por cierto, en todos los gremios, sindicatos, academia, organizaciones de toda especie, oenegés y, por supuesto, en la misma oposición política. Cada uno anda en lo suyo, cada uno anda en busca del pedazo de pizza que le corresponde; algunos quieren dos o más pedazos, eso dependerá de su peso en votos para ganárselos.

Son grupos que no tienen “madre” ni color, ni bandera política; solo ansían mantener el estatus, reciclando sus puestos y cediéndolos por temporadas para “taparle el ojo al macho”, como decimos por estas tierras; luego vuelven por sus fueros, que son suyos -aducen- por derecho propio. Son los elegidos en asambleas para “dar la cara por la organización”; los que negocian con el régimen de turno para ver el porcentaje de participación en el mercado politiquero. Hablan en nombre de los trabajadores, de los maestros, de los médicos y enfermeras; de los transportistas y de los usuarios; en fin.

Cuando llega un partido al poder son los primeros en levantar la mano: “¡Tomadme en cuenta si queréis gozar de legitimidad!”, suelen gritar desde la galería levantando la mano: ansían subirse al carro del poder. Así se convierten en diputados y en burócratas.

Pues bien: son esos grupos y “líderes” los que hacen daño al país. Son los grupos que ocupan los puestos destinados a los hombres y mujeres honorables; a las mujeres luchadoras, a los trabajadores que luchan de sol a sol; a los comerciantes honestos, y a los emprendedores humildes que sobreviven en medio de estas alicaídas economías.

Pues sí: son esos los que nos tienen con un 70 por ciento de pobreza; mal posicionados en las tablas del desarrollo económico, de las inversiones globales, de la corrupción, y de la FIFA. Y aún así, solemos decir con mayor displicencia: “¡Esos políticos son unos sinvergüenzas, por eso no me meto en política!”

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