Con fanfarrias, desfiles, faroles, banderas, discursos baldíos y una gritería chauvinista que aprovecha la antipatriótica y fundamentalista entente neoliberal –en el poder desde los años ochenta del siglo pasado– se celebra en Costa Rica –y en el resto de Centroamérica (sin Panamá ni Belice)– el denominado “mes de la patria”, debido a la supuesta independencia de las pequeñas provincias ístmicas del imperio español.
Para iniciar, debemos decir que, en el caso de nuestra provincia, el acta de independencia del reino de España se firmó un 29 de octubre de 1821 (el acta se conserva en el Archivo Nacional, una copia en la Municipalidad de la ciudad de Cartago; pueden consultarse).
De hecho, el gobierno de Daniel Oduber Quirós (1970-1974) con la rúbrica de nuestra gran escritora Carmen Naranjo, entonces ministro de Cultura y encargada de la cartera de Educación, decretó que se celebrase dicha fecha como el auténtico día de la independencia nacional (el decreto continúa violándose sin razón alguna –solamente el municipio de Cartago lo acata, empero, paradójicamente, a su vez “celebra” el 15 de setiembre–; también puede consultarse).
Recordemos que el 15 de setiembre de 1821 se firma en Guatemala el acta de independencia de la ciudad de Guatemala, que no de América Central. De tal modo que la supuesta fecha independentista es impostada.
En otras palabras, desde hace más de un siglo la nacionalidad costarricense se funda sobre una descomunal falacia histórica. La misma se intensifica con otras fechas problemáticas y con la creación de héroes y antihéroes, caso de la emergencia de Juan Santamaría para ocultar el asesinato del héroe y libertador nacional Juan Rafael Mora Porras en 1860.
O los crímenes impunes de la guerra civil de 1948 (Codo del Diablo) y más recientemente el golpe de estado técnico para reelegir al principal impulsor de la contrarreforma neoliberal en curso, en el aciago año de 2006. Son ejemplos, hay muchos más.
Sin embargo, miles de ticos celebrantes del malhadado y comercial/ turístico “mes de la patria”, con la sensiblería patriótica exacerbada también aplauden el intento de venta del Banco de Costa Rica, la quiebra y posible privatización de la nodriza madre de nuestras instituciones –la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS)– el desmantelamiento del sistema educativo –MEP y universidades públicas– la cancelación de las Garantías Sociales y, en fin, el derribo del Estado Social de Derecho erigido con sangre, sudor y lágrimas (Codo del Diablo) luego de una guerra civil y de un pacto social inédito en América y más allá.
Ya no hay patriotismo que valga, ni defensa de instituciones fundamentales para nuestra democracia. La mayoría de ellos, cuando celebran sus fiestas, se desgañitan con una ranchera mexicana, un reguetón puertorriqueño o una cumbia colombiana, ignorando por completo la notable producción musical criolla.
Son ejemplos –hay más– que indican la paradójica toxicidad chauvinista y mezquina propia del tico promedio, que no del costarricense informado respecto de las fortalezas y debilidades de esta provincia, por tanto, defensor de su patrimonio tangible e intangible.
He señalado en diversos artículos y conversas que allí se incuba la diferencia entre el (o lo) costarricense y el (lo) tico.
El primero –es otro ejemplo– no pierde su prosodia distintiva, el ustedeo y el voseo; mientras que el segundo es un imitador: tutea de manera impostada o se aferra a formas extranjerizantes, tanto en el habla como en sus hábitos culinarios y de vestimenta, para no ir muy lejos y hablar de su impronta descalificadora, pachotera y xenófoba.
Es ese individuo que niega lo auténticamente propio, pero defiende lo menos representativo, tipo folclor paródico y advenedizo que hace mofa del campesino o de los sectores populares incluidos los migrantes. Entiende que esa es su “Costa Risa”.
La patria es nuestra infancia y nuestra adolescencia. Allí se conforman nuestros valores y se modela nuestro aprecio por el verdadero terruño: el paisaje, la lengua, la culinaria, los ritmos y expresiones corporales, entre otras acciones y confrontas socioculturales.
He allí la MATRIA, el solar de la Madre Tierra que nos acoge durante el paso por este planeta. Luego entendemos que hay dos: la “patria”, sesgada y tóxica; la “matria”, auténtica y prístina.
La primera –la tica– nos contamina de patrioterismo y chauvinismo provenientes de la ideología de los sectores dominantes –en general antipatrióticos con sus falacias, corruptelas y sumisión a los poderes imperiales– pues son ellos quienes conducen la contrarreforma neoliberal, es decir, el desmantelamiento del estado social de derecho y nuestra historia sociocultural.
La segunda – la costarricense– es la que portamos siempre: auténtica por emotiva, pero razonada; históricamente crítica, inclusiva, tolerante, pacifista, hospitalaria, internacionalista, solidaria. Esa que, como quien no quiere la cosa, ha venido siendo descartada por el “mes de la patria” y sus gestores para promover –léase imponer– de manera grotesca, chabacana y violenta, a la primera.