CONVENGAMOS que nadie va a cambiar de conducta, tratar la enfermedad o que las sociedades, en interés propio, decidan actuar responsablemente.
Para que nadie asuma que lo que hemos venido aconsejando es invento de esta columna de opinión o mera necedad la repetida advertencia –trasteando la DeepSeek– transmitimos la información obtenida:
“La adicción a las plataformas tecnológicas de Silicon Valley, como a redes sociales, motores de búsqueda y aplicaciones de entretenimiento, puede tener efectos significativos en el sistema neurológico y cognitivo de los usuarios”.
“Estos efectos están relacionados con la forma en que estas plataformas están diseñadas para captar y mantener la atención, así como con el contenido que promueven”.
Efectos neurológicos y la liberación de dopamina: “Las plataformas están diseñadas para proporcionar recompensas intermitentes (likes, notificaciones, mensajes), lo que activa el sistema de recompensa del cerebro y libera dopamina”.
“Esto puede generar una dependencia similar a la de otras adicciones, como las sustancias químicas”. Cambios en la plasticidad cerebral: “El uso excesivo de estas plataformas puede alterar la estructura y función del cerebro, especialmente en áreas relacionadas con la atención, la memoria y el control de impulsos”.
Sobrecarga del sistema de recompensa: “La exposición constante a estímulos digitales puede saturar el sistema de recompensa, reduciendo la sensibilidad a estímulos naturales y generando una necesidad de estímulos cada vez más intensos”.
Efectos cognitivos: Disminución de la atención sostenida: “La exposición constante a flujos de información rápidos y fragmentados puede reducir la capacidad de concentración y la habilidad para realizar tareas que requieren atención prolongada”.
Pérdida de memoria a corto plazo: “La multitarea digital y el consumo excesivo de información pueden afectar la capacidad de retener y procesar información nueva”. Dificultad para discernir información veraz: “La exposición a información falsa o manipulada puede afectar la capacidad crítica y la habilidad para distinguir entre hechos y opiniones o desinformación”.
Pensamiento polarizado: “Los algoritmos que promueven contenido extremo o polarizante pueden reforzar sesgos cognitivos, limitando la exposición a perspectivas diversas y fomentando el pensamiento dicotómico”.
Impacto en la cultura y la sociedad: Deformación cultural: “Las plataformas tecnológicas pueden homogenizar o distorsionar las culturas locales al promover contenidos globalizados que no siempre reflejan los valores o tradiciones de las sociedades”.
Instigación de conflictos: “Algoritmos que priorizan contenido emocional o controvertido pueden exacerbar divisiones sociales, fomentar discursos de odio y aumentar la polarización”.
Propagación de desinformación: “La viralización de noticias falsas o engañosas puede socavar la confianza en instituciones, medios de comunicación y fuentes de información fiables”.
Consecuencias a largo plazo: Aislamiento social: “A pesar de estar «conectados», los usuarios pueden experimentar soledad y aislamiento debido a la falta de interacciones significativas”.
Ansiedad y depresión: “La comparación social constante, el ciberacoso y la presión por mantener una imagen idealizada en línea pueden contribuir a problemas de salud mental”.
Pérdida de habilidades sociales: “La dependencia de la comunicación digital puede reducir la capacidad para interactuar cara a cara y desarrollar empatía”.
(Lo que hemos venido diciendo –entra el Sisimite– es crucial fomentar un uso consciente y equilibrado de estas herramientas, así como promover la educación digital para mitigar sus efectos negativos.
-¿Y quién obliga –inquiere Winston– a las empresas tecnológicas asumir responsabilidad ética en el diseño de sus plataformas y algoritmos? -Además –vuelve el Sisimite– no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni fatalidad más cierta que el enfermo que no quiere curarse.
-Como el cuento aquel –ilustra Winston– del tipo que pasaba la vida quejándose de su mala suerte.
Todas las noches rezaba diciendo: -“Dios mío, ¿por qué no me ayudas? Solo quiero ganar la lotería”. Esto se repetía durante años hasta que un día, harto de escucharlo, Dios le respondió con voz tronante: -“¡Por el amor de mí mismo, al menos compra un boleto!”).