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jueves, septiembre 12, 2024

¿Eco de los pasos?

La verdad, no alcanzamos precisar cuándo fue la primera vez que nos vimos. Aunque él –con su privilegiada memoria– sin duda daría testimonio del día, la hora, el lugar, el estado del tiempo con su respectivos grados del termómetro, máximos y mínimos, la condición meteorológica (temperatura, viento, presión, humedad y precipitación), la visibilidad atmosférica, repitiendo, sin menospreciar detalle alguno o frase memorable, –con puntos, comas, paréntesis, corchetes, signos de interrogación y exclamación, puntos suspensivos y hasta las tildes– la totalidad de la conversación que sostuvimos.

Dicho lo anterior, claro que hubo vivencias compartidas, a lo largo de esa fraternal relación política –pese a estar matriculados en partidos opuestos, de credos antagónicos– o quizás, como distinguiría él esas diferencias, con esa su coloquial manera de dar a las frases un lustre pintoresco: “Relátame con quien deambulas, y te daré su idiosincrasia”. (“Dime con quien andas y te diré quién eres”).

Recordamos, por ejemplo, al instante de recibir la dolorosa noticia de su fallecimiento, aquellas tempranas incursiones nuestras en la vida política del país, que, junto con otros aplicados compañeros, de las tres fuerzas representativas de aquel entonces, integrábamos la Comisión Principal encargada de debatir el texto de los artículos constitucionales turnados al pleno de la Asamblea Nacional Constituyente que aprobó la Constitución de 1982.

“Aquí te traigo –volteamos, al escuchar su voz para verlo cargado de un costal de libros– estos textos de Derecho Constitucional que te van a servir en tus estudios, ya que te escucho polemizar, en un oficio que no es el tuyo, con elocuente elegancia y con toda propiedad”. “Me imagino que esos que veo en tu curul los tomaste de la biblioteca de tu padre, el gran amigo, escritor, abogado y periodista Óscar Armando Flores Midence; así que estos que traigo, que saqué de la mía, son con carácter devolutivo”. (De más estaría decir que los conservamos como generoso obsequio).

En otra ocasión, compartimos escenario –a petición del presidente del Colegio de Abogados de Honduras, el recordado amigo Ángel Valentín Aguilar– como expositores del foro organizado en el salón de conferencias del BCIE, conmemorativo a los 25 años de vigencia de la Constitución Política que, aún –pese a todo el indebido manoseo sufrido– sigue vivita y coleando. Y lo otro, imposible a estas alturas no narrarlo, fue cuando por gracia de la Providencia y la lealtad a la palabra empeñada de muchos compañeros diputados –desafiando la influencia del poder– ganamos la votación de la bancada para ser elegido presidente del Congreso Nacional. Pero como aquí, en estos escurridizos vaivenes de la política, nada está hecho hasta que se hace, todo susceptible a que lo deshagan al último minuto, el presidente nacionalista de aquel entonces, ya de salida, quizás, en ánimo de congraciarse con su opositor el presidente entrante, convocó a la bancada de su partido a la casa de gobierno, para darle volantín en el pleno – ya con los votos nacionalistas– a la decisión mayoritaria de los liberales.

Supimos que Oswaldo Ramos acompañó al grupo de diputados partidarios suyos a esa reunión: “¿Pero de qué se trata esto?” –increpó a los presentes– “No me digan que se teje una conjura para que nuestro partido se meta en asuntos que no le conciernen, que son propios de los liberales, a trastocar decisiones que siempre se han respetado entre los partidos”.

“Vámonos de acá” –hizo una seña, levantándose de su silla, mientras con él salía un nutrido grupo de congresistas– y hasta ahí, punto final de la conspiración. Algún transeúnte, entre susurros, pudo haber escuchado un murmullo: “A perturbación ciclónica en el seno ambiental, rostro jocundo”. (Traducción: “A mal tiempo, buena cara”.) El recorrido inexorable del tiempo, por un instante se detuvo distraído a contemplar el rumor de vientos reposados presagiando el hado ineluctable. Afinando el oído se escuchaba decir: En el eco imperecedero de sus pasos –sus seres queridos, y la acongojada nación que bien sirvió– hallarán el consuelo de su luz evidente. Descanse en paz, el entrañable amigo.

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