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domingo, mayo 5, 2024

Del cambio climático y otras cosas

Al cambio climático nada ni nadie lo detiene. No se trata de ningún nihilismo, ni de una fe caída; es una realidad. El mundo evoluciona desde antes del tiempo cronometrado por el ser humano. Las referencias de la historia natural así lo demuestran; solo es de ver las ramificaciones filogenéticas donde se muestra lo sucedáneo de las especies; la extinción de unas, y la permanencia de otras.

El cambio de lo orgánico y lo inorgánico, en todas sus variantes, rebasa cualquier teoría y ley sobre el fijismo y el equilibrio de la naturaleza. Ya sabemos: la transformación de la materia y la energía es un movimiento constante; un caos, un desorden para establecer una nueva etapa de organización más compleja; pero siempre en desorden. En su “Teoría de lo complejo”, el filósofo francés Edgar Morin le llama “Auto-eco-organización” a este fenómeno. En otras palabras: todo está sujeto a un cambio permanente, no solo por la aplicación de las reglas que versan sobre las interacciones de los seres vivos con su entorno natural, sino también por los efectos que la cultura tiene sobre la naturaleza, y viceversa.

Cuando los ambientalistas hablan de un ecosistema en equilibrio, no hacen más que repetir lo que todos suelen decir en los medios. En otras palabras, el equilibrio solo es aparente en una verde montaña, o en un mar azulado. Al interno todo está cambiando en cuestión de segundos o de millones de años, según la velocidad adaptativa y los efectos de los genes deletéreos en cada especie.

El cambio climático es un vehículo sin freno. Podemos detenerlo por momentos, y creer que las políticas públicas harán su papel en mantener una temperatura estable en cada rincón del planeta. Imposible empresa. Que lo estamos acelerando es otra cosa. Pero, a menos que la tecnología de otro planeta nos ayude a vivir sin los cambios geoestructurales que se han efectuado en los últimos doce mil años, nada parece ir en la dirección de un posible “control climático”.

La tarea que debemos asumir, pese a la verborrea seudocientífica, no radica solamente en unir esfuerzos románticos, como suelen proponer ciertos grupos ambientalistas, o crear “concienciación” en las nuevas generaciones, según citan los “expertos” mediáticos. Debemos prepararnos para lo naturalmente irremediable, y diseñar las políticas globales, no en función de detener el consumo, ni responder a este con estrategias fallidas del reciclaje y la reutilización material, sino en delinear los planos de las futuras sociedades: tipos de cultivos, alimentos adaptados a los nuevos climas, comunidades amigables, nuevas cadenas de abastecimiento, etc.

Sin la comprensión de que la cultura es un continuum de lo natural, no podremos hacer mucho al respecto. Las ciencias -naturales y sociales- no han ayudado mucho a entender este problema, ya que ven el mundo fragmentado en porciones llamadas “especializaciones”, sin ofrecer una visión holística de los fenómenos. Es lo que Edgar Morin llama la “disyunción” y la “reducción” del mundo natural y cultural. Para Morin, la respuesta reside en la creación de un paradigma denominado “Unitas multiplex” que nos ayudaría a entender la complejidad del mundo como un todo, más allá de las fragmentaciones científicas que ofrecen las universidades. Pues bien: para descifrar los fenómenos complejos como el del cambio climático, necesitamos entender que la naturaleza y la cultura son la misma cosa. Ahora imaginemos otros fenómenos.

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