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miércoles, mayo 8, 2024

De cómo producimos pobreza

Es verdad que no se necesita ser sociólogo ni economista para entender la precariedad y la pobreza en que viven millones de seres en Latinoamérica. Pobres, por demás decirlo, por culpa de los políticos de ayer y de hoy, aunque a algunos no les guste.

La precariedad económica se siente en cada hogar sin necesidad de que Thomas Piketty, Paul Krugman o Joseph Stiglitz la expliquen en un pizarrón con enredadas fórmulas macroeconómicas. Basta con escuchar los lamentos cotidianos de familiares, vecinos y amigos, o a las personas entrevistadas por reporteros que comen de gratis en los mercados. Frases chuscas, pero no menos ciertas como “en tres ‘mierditas’ se me fue la quincena”, sirven para ofrecernos un panorama sobre lo azarosa que se ha vuelto la vida para millones de personas, aquí mismo, en nuestro patio.

Entender esta situación no requiere de conocimientos especializados. Es una forma de “inteligencia sintiente” como diría Xavier Zubiri, de vivencia en carne propia. La cosa se complica cuando queremos aclarar las causas de los problemas económicos que los ciudadanos achacan, con sentido común, a los políticos y empresarios. En otras palabras, debemos entender con frialdad neopositivista la lógica subyacente a la idiosincrasia de nuestros políticos, a la forma de cómo funciona el poder y a la racionalidad mercantil de nuestros hombres de negocios.

Somos pobres porque el sistema político y productivo así lo quieren ¿o habrá un ánima maldita en la cultura que condena a millones de seres a la miseria eterna, como decían los teóricos del modernismo?

A ver: el sistema político lo conforman los gobiernos y los partidos, insisto, los de ayer y los de hoy, y, por otro lado, el sistema productivo lo constituye el Estado y el empresariado organizado. Pues bien: lo que de verdad han producido los primeros, y con mayor intensidad por estos días, ha sido puro latrocinio y corrupción, despreocupación por la sociedad civil, descuido institucional, etcétera.

Los segundos generan deseconomías de escala, baja productividad, temor a expandirse y miedo a competir en los mercados globales. El saldo: desempleados y pobres; criminales y desclasados que emigran; la misma tesis marxista de la clasificación social: burgueses y proletarios, élites de todo tipo, consumistas urbanos con o sin posibilidades adquisitivas, oligarquías de todo género y especie, desde gremiales y académicas, hasta tecnócratas que ofrecen progresismo utilizando medios costosos: oficinas gerenciales en lugar del arado; diplomas universitarios para que campesinos y locatarios de mercados se conviertan en profesionales especializados ¿o será mejor para ellos que se queden como tales?

La pobreza, luz del faro politiquero, ofrece oportunidades para todos, chambas para incompetentes, dólares para asesores y consultores, almuerzos patrocinados por organismos internacionales en hoteles de lujo, oenegés improductivas, imponentes oficinas gubernamentales, guaruras y carros blindados. Y otra vez, etcétera. Todavía hay más: ¿cuál es el paradero de los recursos del Estado cuando las clases políticas y empresariales gozan de la profusión material, mientras millones deambulan por la vida con la pesadumbre de cada día? Recursos para los amigos cercanos al poder, para los amigos fuera del palacio, para los que apoyan y regalan apologías. De lo que resta, si resta, un tanto para salud y un poco para educación. Si nos hacen falta, los conseguimos prestados. Y así…

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