“PURA mezquindad –mensaje de la leída amiga– NIH (Not Invented Here), alusivo al cierre: (¿Y eso –tercia el Sisimite- que si dedicaron tanto tiempo, talento, y recursos a elaborar un plan educativo integral como parte de la reconversión durante el bíblico diluvio, y este fue discutido, consensuado y aprobado, no necesariamente a instigación del gobierno ya que el FONAC era una instancia nacional de convergencia coordinada en forma autónoma y con relativa independencia, –con ley propia– aquello no tuvo continuidad? -La desgracia de siempre –reflexiona Winston– nulo seguimiento de administraciones siguientes, imputable al feo resabio de desechar lo bueno que se deja, por empeño de ningunear lo anterior, con el fin de hacer cosas propias que puedan acreditar como suyas, para que en resumidas cuentas no acaben haciendo nada de nada). Ya que en estas sesiones interactivas una cosa lleva a la otra, el término NIH (traducido, “no inventado aquí”, se refiere a “una actitud o tendencia dentro de organizaciones, equipos o individuos que rechazan ideas, soluciones, tecnologías o productos que no son desarrollados internamente”. El NIH puede considerarse una manifestación del tribalismo “entendido como la fuerte identificación y lealtad a un grupo específico (sea una empresa, un equipo, una nación o una comunidad), alentando dinámicas internas de actitudes exclusivistas”. En el tribalismo, hay un instinto natural de desconfiar de lo que viene de fuera. Este “rechazo al otro” proviene “del miedo a perder control, autonomía o a comprometer los valores internos del grupo”. “Las tribus suelen proteger lo que consideran “suyo”, como sus recursos, cultura o conocimiento”. “Muchas culturas tribales valoran enormemente su capacidad para resolver problemas por sí mismas ya que perciben como un fracaso depender de soluciones externas”. El NIH no deja de representar “una barrera psicológica y cultural que puede limitar la innovación abierta y la eficiencia, aunque en ciertos casos, mantener la independencia puede ser estratégico”. (Fin de citas). Sin embargo, si es cierto que fomentar lo propio propicia sentimientos de orgullo y de autosuficiencia el enclaustramiento a ultranza tampoco es aconsejable ya que bloquea la apertura, el beneficio del intercambio y de la cooperación. Lo deseable sería lograr un equilibrio que privilegie “lo hecho en casa”, sin caer en nacionalismos cerrados ni en los extremos del NIH. Por supuesto que países como el nuestro deben perseguir una estrategia que combine el orgullo nacional por lo propio, “siempre que exista una apertura estratégica y sostenibilidad económica, para no cerrarse a las innovaciones externas que puedan fortalecer la economía local”. (Acá, más bien, se padece de complejos a la inversa. La falta de confianza en el talento propio privilegiando la ficción que de afuera van a resolver lo que somos incapaces de hacer adentro. Además, se sufre de una falta vergonzosa de autoestima, que da preferencia a lo ajeno como mejor a lo nacional). (Es que –tercia el Sisimite– con ese NIH, nos desviamos un poco del tema. -Sí –ironiza Winston– solo que ese “NIH” fuera ni hacen ni dejan hacer. -Estábamos –vuelve el Sisimite– en ese detestable capricho de las administraciones de dejar colgado lo bueno que viene de atrás y no dar ningún seguimiento a planes, por bien que estos hayan sido formulados y consensuados. -No solo es un desprecio –interviene Winston– de recursos invertidos, sino del talento, del tiempo que toma elaborar hojas de ruta para que el país no pase, de tumbo en tumbo, improvisando, dando palos de ciego. Aquí te paso al costo –interrumpe el Sisimite– alguna explicación: “La política del espectáculo: En lugar de enfocarse en resultados sostenibles, algunos políticos prefieren proyectos de alto impacto mediático que sean visibles rápidamente, aunque carezcan de sustancia o continuidad”. “En países donde las instituciones son débiles o están excesivamente politizadas, los proyectos tienden a depender de la voluntad del líder en turno”. -Igual sucedió –recuerda el Sisimite– con la Estrategia de Reducción de la Pobreza. Pese a ser un plan, somera y profusamente discutido en cabildos abiertos, fijando las prioridades de desarrollo humano en cada comunidad, celebrado por los organismos internacionales, como destino que esperaban tendrían los recursos habilitados al país por el borrón y cuenta nueva. A un todopoderoso ministro del régimen siguiente se le antojó reformularlo –dizque para entablar un tal diálogo nacional, anduvo del tingo al tango– y se le fue el período gubernamental, en pura plática, sin haber concretado ni invertido nada. Quiso dejar el armatoste como legado al siguiente gobierno, solo que ese agarró el soporoso legajo de papeles y los tiró al cesto de la basura, para comenzar otra vez de cero. -Es la naturaleza humana –concluye Winston– cada cual busca construir un legado personal, lo que los lleva a desestimar cualquier logro previo que no puedan reclamar como propio).