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sábado, septiembre 7, 2024

CONTRA EL HAMBRE

Los escritos sobre el tema son extensos. Más que todo a partir de finales de la década del sesenta del siglo pasado en que los investigadores del “Club de Roma”, la misma FAO
y otros personajes se vinieron ocupando de las relaciones matemáticas entre la capacidad de producir alimentos y redistribuirlos, la cantidad de personas hambrientas en el globo y los límites físicos de la naturaleza inmediata.

A pesar de todos los discursos edulcorados y de los tecnicismos verbales, continúan subsistiendo centenares de millones de seres humanos que padecen de hambre
y que mueren por causa de la misma, especialmente niños y ancianos.

Desde luego que las causas del hambre son diversas, entre ellas los siniestros naturales recurrentes como las sequías prolongadas, las desigualdades sociales llevadas a los extremos y asimismo las guerras regionales.

Es muy poco lo que se puede hacer, por ahora, respecto de los desastres naturales como las sequías, los deshielos, los huracanes y sus respectivas secuelas tormentosas.

En la misma línea de observación es difícil que los países marginales o periféricos neutralicen las alzas en los precios del petróleo y sus derivados, lo mismo que la escasez en las cadenas de suministros de insumos agrícolas.

Si acaso es factible, para los países pobres, neutralizar los incendios anuales y la depredación de bosques, lo mismo que recolectar el agua de las lluvias imitando, en lo posible, a los maya-toltecas de la península de Yucatán, sobre todo de los tiempos prehispánicos, con los famosos cenotes geológicos, que en los tiempos modernos pueden ser construidos por los hombres mediante excavaciones grandes y profundas con el fin de producir lagos y lagunas artificiales.

Algo que es inconcebible y rechazable desde todo punto de vista, es que ciertos individuos poderosos estructuren discursos supuestamente “modernos” con el objetivo deliberado y desalmado de provocar hambrunas generalizadas contra poblaciones enteras, llevándose de encuentro las vidas preciosas de millares de niños, ancianos y mujeres, toda vez que la muerte por hambre o inanición es una de las muertes más horrendas.

Ninguna ideología política y ninguna verdadera religión justifica, en cualquier época, esos actos atroces que atentan contra los mandatos divinos, el sentido común y contra las leyes de los hombres racionales.

Especialmente después de las experiencias espantosas escenificadas en el curso del siglo veinte.

Una cosa son las diferencias ligadas a las cosmovisiones de cada colectividad, y otra cosa es atentar contra la esencia de la especie humana.

Provocar y justificar las hambrunas es darles luz verde a otras hambrunas que de repente se convierten en un bumerán en contra de los mismos incitadores de las tragedias.

Recordemos los espantosos reveses de los germanos en los finales de la “Segunda Guerra Mundial”, por causa del guerrerismo apocalíptico de los nazis, que se enemistaron con casi todas las naciones del mundo.

La tarea central de los dirigentes y auténticos estadistas racionales, en cualquier coordenada planetaria, es la de encontrar estrategias factibles encaminadas a neutralizar todas las causas que produzcan pobreza extrema y cualquier tipo de hambre entre los seres humanos, sin importar las tendencias ideológicas de cada cual.

La consigna planetaria permanente debería ser luchar por la paz contra el hambre regional y global que destruye el pensamiento de los individuos y las entrañas de los pueblos.

EditorialCONTRA EL HAMBRE

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