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miércoles, mayo 14, 2025

Así fue la infancia, juventud y vida eclesiástica de Francisco

Jorge Mario Bergoglio nació en 1936 en el barrio porteño de Flores, en el seno de una familia de clase media que él mismo describía como “bienestante”.

Hijo del contador Mario Bergoglio, un inmigrante italiano que llegó a la Argentina tras cambiar a último momento un boleto en el fatídico buque Principessa Mafalda, y de Regina María Sívori, argentina con raíces italianas, Jorge creció entre valores familiares, prácticas religiosas y una cotidianidad bien porteña.

“En uno de los patios mi abuelo tenía su carpintería y el gallinero; el otro era donde sucedía la vida”, rememoró en una entrevista con PERFIL.

Su infancia estuvo marcada por la convivencia con sus abuelos (los paternos vivían a la vuelta de su casa y los maternos en Almagro) y una Buenos Aires muy distinta a la actual: casas bajas, tranvías, adoquines y la era dorada del tango, con figuras como Tita Merello emergiendo en el cine.

Bergoglio creció en un hogar que no ignoraba las diferencias sociales. “Al pobre lo descubrí en el personal de servicio”, relató.

Recordaba con gratitud a dos empleadas domésticas que marcaron su vida: una inmigrante siciliana viuda con hijos y una joven del interior.

La solidaridad familiar se expresaba cada Navidad, cuando dejaban un plato libre “por si llegaba un pobre a última hora a comer”.

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Una mirada abierta desde la infancia

A los cuatro o cinco años, una anécdota con su abuela le enseñó una valiosa lección de tolerancia. Al ver mujeres del Ejército de Salvación por la calle y preguntar si eran monjas, su abuela le respondió: “No, son protestantes, pero son buenas”.

Esa frase lo marcó, contrastando con discursos excluyentes que escuchaba en otros ámbitos de su niñez.

La política también formó parte de su vida desde pequeño. En la casa de sus abuelos maternos se recibía a Elpidio González, exvicepresidente radical, quien vendía anilinas y se quedaba horas conversando.

Su abuelo, orgulloso radical, salía de galera y bastón a las reuniones del partido. Bergoglio fue testigo de la efervescencia política del país en la década del ’40.

Tenía apenas nueve años cuando asistió con su familia a la Marcha de la Constitución y la Libertad, un evento en defensa de la democracia, en plena gestación del fenómeno peronista.

Décadas más tarde, el ya obispo Bergoglio se convertiría en confesor de la hermana de Eva Perón, y destacaría el legado social del justicialismo: “Perón era decarlista”, afirmó, aludiendo a la influencia de la doctrina social de la Iglesia en el movimiento peronista.

Entre el delantal escolar y la pelota

Estudió en la Escuela N° 8 y luego en la Técnica Industrial N° 27. Aunque se mostraba siempre prolijo y formal, su excompañero Ernesto Lach lo recordaba dejando el delantal a un lado para jugar al fútbol en la plazoleta Herminia Brumana.

Su fanatismo por San Lorenzo de Almagro fue una herencia paterna, que con el tiempo se convertiría en una seña de identidad que llevaría hasta el Vaticano.

En lo espiritual, su abuela paterna tuvo un rol clave. Fue quien lo introdujo al fervor religioso, llevándolo a procesiones y transmitiéndole la fe de forma sencilla pero contundente. “El sudario no tiene dinero”, le decía, una enseñanza que repetiría ya siendo Papa.

La vocación que venció a la medicina

Al terminar el colegio, Jorge le anunció a su madre que estudiaría medicina, aunque pronto cambiaría de rumbo.

La decisión de ingresar al seminario fue difícil de aceptar para su madre, pero motivo de alegría para su abuela. Sin embargo, una pulmonía grave retrasó su ingreso.

Le extirparon el lóbulo superior del pulmón derecho, y recién a los 21 años ingresó a la Compañía de Jesús en Córdoba.

Estudió humanidades en Chile y luego filosofía en el Colegio Máximo de San José, en San Miguel, donde también enseñó literatura y psicología.

Finalmente, en 1969, a los 33 años, Jorge Mario Bergoglio fue ordenado sacerdote.

Así comenzaba un camino que lo llevaría, décadas después, a convertirse en el primer Papa latinoamericano de la historia.

Pero su historia, antes de los salones del Vaticano, se tejió entre las calles de Flores, los ideales radicales, el perfume del incienso, el tango de fondo y una pelota de fútbol que siempre lo acompañó.

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