Recientemente leímos una entrevista del diseñador Giorgio Armani en la que, entre muchos temas, se le consultó sobre sus ideas acerca del trabajo y las claves del éxito de su negocio.
En una época en que el tiempo parece convertirse en un lujo y el retiro en un mandato social, Armani destaca que trabajar es un acto de vida.
Con 90 años, el diseñador italiano encarna una voluntad de hierro que atraviesa la sofisticada trama de sus trajes y la estructura de su imperio.
No necesita ni quiere títulos de nobleza (aunque en la industria se le conoce como “El Rey”). Lo suyo no es la complacencia del poder, sino la disciplina del artesano que encuentra en cada jornada una razón para continuar.
En una sociedad que a menudo delimita las etapas de la vida en función de metas de productividad, Armani desafía este marco al seguir, incansable, desde su taller en la frenética Manhattan hasta el refinado Milán.
Supervisa minuciosamente cada prenda, cada detalle, como si el tiempo, en lugar de oprimirlo, le brindara la serenidad de saberse necesario. En cada decisión se percibe una resistencia que no entiende de límites impuestos.
“Trabajar es el mejor remedio”, asegura el diseñador, como si cada prenda que confecciona fuera también una puntada que hilvana su historia, un eco de su vitalidad. La labor, para él, no es una pesada carga sino un bálsamo.
Este hombre, que alguna vez estudió medicina y luego optó por vestir al mundo, encuentra en el movimiento, en la creación y en la rutina, un refugio y una razón para mantener la vista fija en el futuro.
Armani no teme adaptarse; entiende que cada generación trae consigo una voz nueva, una estética cambiante, y sin embargo, se mantiene fiel a su esencia.
“La independencia es extremadamente importante”, dice, no por orgullo, sino porque sabe que su arte necesita espacio para respirar. Aunque las ofertas para adquirir su empresa llegan con frecuencia, él las rechaza, dejando claro que la libertad de crear sin ataduras es la verdadera medida de su éxito.
Para muchas personas mayores, la sociedad traza un camino hacia el retiro, como si después de cierta edad trabajar fuera una excentricidad o, peor aún, una pérdida de tiempo. Pero ¿qué sentido tendría una vida sin la posibilidad de seguir soñando, emprendiendo, creando?
Armani, con su dedicación, nos recuerda que toda edad es buena para poner en marcha una idea, imaginar un proyecto y mantener viva la chispa que da sentido a nuestra existencia.
Es en ese compromiso con su labor que encuentra la fuerza para levantarse cada día, no como un ejercicio de nostalgia, sino con el impulso de alguien que aún tiene algo que expresar.
Cada pliegue en el rostro de Armani es un testimonio de las décadas que ha dedicado a su oficio. Pero lejos de ser un símbolo de agotamiento, estos años son la fuente de su maestría.
Su ejemplo nos invita a despojar la palabra “trabajo” de sus asociaciones restrictivas y temporales, a verla en cambio como una forma de dialogar con el mundo.
Al consultarle cual es la lección más importante que desea transmitir a sus sucesores, responde con absoluta contundencia: “Humildad”. “A veces las personas en esta industria tienen egos fuertes, y es importante mantenerse humilde.” La humildad, importante en cualquier etapa de la vida, es una virtud que brilla aún más cuando se alcanza la cima. Su carrera es prueba de que la grandeza no está en proclamarse el mejor, sino en trabajar con una constancia silenciosa, en crear con propósito y dedicación sin perder la humanidad en el proceso.
La humildad, dice, es el pilar sobre el cual se edifica una vida verdaderamente plena, un recordatorio de que la experiencia y la sabiduría que llegan con los años solo se engrandecen cuando las abrazamos con sencillez y apertura.
La devoción de Armani hacia su oficio nos hace pensar en el valor intrínseco del trabajo, más allá de las recompensas materiales o el reconocimiento externo.
El trabajo, a cualquier edad, es una forma de trascendencia, una manera de afirmar quiénes somos, de dejar una marca que perdure.
Así, el trabajo se transforma en un refugio, en un espacio de significado, donde no hay prisa por la recompensa, sino solo el anhelo de dejar una huella.
A cualquier edad, trabajar es continuar la conversación con el mundo, es plantar una semilla, y, como bien lo muestra Giorgio Armani, es también una forma de seguir creciendo, de continuar vivos.