La multitudinaria marcha de los grupos LGBT en Budapest y en muchas ciudades del mundo no debería ser vista como una simple manifestación contracultural para reafirmar los derechos ciudadanos, sino como un símbolo liberador que, aunque a muchos no nos guste, podría ser el punto de partida de algo más grande que una simple celebración.
De igual manera, las protestas contra las medidas fiscales y la corrupción, como en Kenia y en Serbia, son muestras claras de que el malestar social organizado es un fenómeno que crece sostenidamente en diferentes puntos geográficos sin que nada logre contenerlo.
De forma opuesta, a medida que la indignación se amplifica por todo el planeta, también los gobiernos autoritarios encienden la maquinaria represiva para evitar que la situación se descontrole y ponga en riesgo el poder.
Lo que intentamos destacar con esto es que en aquellos países donde el poder lo concentra un autócrata, los gobiernos, sean de izquierdas o de derechas, optan por ignorar los brotes de inconformidad social como si respondieran a una conspiración dirigida por fuerzas oscuras externas o internas.
Pero se equivocan. La respuesta es la misma de siempre: aferrarse a las constituciones que vulneran a su antojo, edulcorar la situación económica, proscribir a sus oponentes y denigrarlos.
Olvidan que la insubordinación colectiva nace del abandono institucional, la corrupción, la escasa participación democrática, los mercados sin oportunidades reales, en suma, de la pérdida de la esperanza frente al futuro.
Las protestas que brotan por todos lados, son las señales más evidentes de la pérdida de mando de muchos gobiernos corruptos que eligen fortalecer los negocios del círculo en el poder, descuidando las estrategias de desarrollo y el fortalecimiento institucional para ponerlo al servicio de las mayorías. En la propaganda oficialista, sin embargo, el maquillaje del bienestar se anuncia en un tono grandilocuente, mientras la realidad camina por otro lado.
¿Llegará el tiempo en que estos movimientos, hoy fragmentados por intereses sectoriales y manipulaciones partidistas, logren articularse en un levantamiento común de protesta, si no a nivel global, al menos en un ámbito regional? ¿Podrán conciliar una estrategia universal que coincida con el objetivo primordial de desafiar a los gobiernos antidemocráticos? ¿Podrán estos movimientos de la diversidad sexual, de los perseguidos políticos, los políticamente reprimidos, los pobres sin esperanza, los excluidos de los mercados oligopólicos, congregar un movimiento transnacional, pese a la falta de una guía racional como la tuvieron las revoluciones del pasado?
Las preguntas persisten: ¿Cómo impedir que los grupos de izquierda, tanto en América Latina como en Europa y en los Estados Unidos, en su afán de controlar el ideario contracultural se apoderen de las luchas de estos grupos organizados que se resisten a la opresión autoritaria? ¿Cómo podrían las comunidades atrasadas y excluidas de Centroamérica, contra todos los pronósticos teóricos, consolidar una fuerza colectiva de protesta masiva y hacer tambalear a los regímenes autocráticos? Ese fue el sueño de Marx con los proletarios del mundo.
Fuera de las utopías, las preguntas tendrán que responderse de manera urgente. Pero quizás, en un futuro muy cercano, veamos surgir una articulación política real y una red transnacional capaz de reescribir la historia contemporánea, para hacer de este un mundo de oportunidad para todos, donde nadie salga sobrando.