PERO –mensaje de un lector del colectivo– no solo es carreta de tontos, la ironía es que gente supuestamente inteligente los siga”. Alusivo a la conversación de cierre: (El problema –interviene Winston– no es que haya tontos, sino que son tantos. Uno por uno, pues, no pasan de ser una molestia, quizás un estorbo. Lejos de intentar enfrentar alguno, mejor acariciarlo, pobrecito, no es culpa suya que sea así. Lo fastidioso, y hasta peligroso, es cuando se juntan, y alguno o alguna entre ellos le da cuerda a los demás. -O sea –interrumpe el Sisimite– “si quieres ver un vivo afligido, ponle un tonto al lado”. ¿Y te imaginás –se encoje de hombros Winston– con todo un enjambre encima?). Sobre la inquietud del lector, se hicieron las consultas en textos especializados, indagando a qué obedece ese fenómeno:
Los términos clínicos que más se aproximan son estos: “Sesgo de conformidad”. “Las personas tienden a seguir al grupo, incluso si saben que la decisión o acción es errónea”. “Esto puede estar motivado por el deseo de pertenecer o evitar el rechazo social, lo que lleva a que incluso los más inteligentes adopten posturas que, en otras circunstancias, considerarían absurdas”. “Fatiga cognitiva”: “En situaciones complejas o estresantes, las personas, incluso las más inteligentes, pueden dejarse llevar por soluciones fáciles o aparentemente simples, aunque sean absurdas, para evitar la carga de pensar en soluciones más elaboradas”. “Efecto halo inverso”: “A veces, la gente inteligente queda atrapada en la tontería porque han atribuido una serie de virtudes al tonto, como astucia, y esto hace que minimicen sus defectos intelectuales”.
“El tonto, por ejemplo, podría ser percibido como audaz, lo que les induce a seguirlo a pesar de sus claras deficiencias cognitivas”. “Síndrome del pensamiento de grupo (Groupthink)”: “Este es un fenómeno donde personas inteligentes – inducidas por un tonto que dice hablar en nombre del grupo– pueden caer en este síndrome, convencidos de que el consenso grupal tiene más peso que su propio razonamiento”. A lo largo de la historia, algunas «tonterías» o escándalos han sido tan absurdos, objeto de burla pública, debido a lo ridículo de la situación. “Durante la restauración de la monarquía en Francia tras la caída de Napoleón, el rey Luis XVIII huyó rápidamente cuando Napoleón escapó de Elba y comenzó su marcha hacia París”. “Luis XVIII dejó París con tal urgencia –asesorado por algún tonto– que abandonó incluso su bastón, un símbolo de su autoridad”. “Esta huida precipitada fue objeto de burla y caricaturas satíricas por toda Europa, minando aún más la legitimidad de su reinado”.
Otra metida de patas que viene a la memoria: “Rusia vendió Alaska a los Estados Unidos por solo 7.2 millones de dólares en 1867, creyendo que el territorio era inútil”. No se supo qué tonto incidió en esa decisión. “El descubrimiento posterior de oro, petróleo y otros recursos convirtió la venta en una de las decisiones más «tontas» en términos económicos de la historia, privando a Rusia de vastas riquezas”. (Entonces –tercia el Sisimite– ¿cuál síndrome crees que aplica a los vivos que siguen las tonterías de los tontos de acá? -Lo mismo que te decía ayer –interviene Winston– que el problema no es que haya tontos, sino que son tantos. Entonces sería una combinación del efecto “bandwagon” o de “efecto arrastre”, y el “síndrome de la oveja”, un comportamiento de conformidad extrema que posibilita que vivos ciegamente sigan a alguien sin cuestionar la inteligencia de la decisión. Cayendo dentro del grupo arreado por un tonto o una tonta. Acá, para hondureñizar el trastorno, sería entonces, el Síndrome del Arreo).