Por: Óscar Castro Nazar
Puede sonar loco pensar en hacer una relación del tipo “somos como conducimos”, pero no dejan de ser preocupantes los altos niveles de accidentes de tránsito, peleas callejeras, insultos frecuentes y un clima cada vez más hostil en nuestro país.
Resulta interesante compararnos con los países del primer mundo, en especial, con los países europeos; quienes hemos tenido la fortuna de poder ver otras culturas, podemos notar una congruencia entre los niveles educativos y la forma en que respetan a los peatones, las señales de tránsito y su forma de conducir. No digo que no hay accidentes, no, lo que quiero enfatizar es que la manera de como conducimos a veces representa la manera en cómo nos sentimos, y quizá, un poco, es el reflejo de lo que vemos en nuestro entorno. Pareciera que, si vamos demasiado rápido, excediendo la prudencia, estamos enojados, si vamos demasiado lentos, fuera como si nuestra frustración y tristeza se reflejaran en no avanzar sin importar el tiempo de los demás; no encontramos un punto medio de razonable y moderada forma de conducir que permita que todos avancemos, poco, pero avancemos y lleguemos a nuestros destinos con la paz necesaria que nos permita planificar una jornada exitosa.
Con nuestras principales ciudades totalmente colapsadas por el incremento constante de vehículos y motocicletas, una mala planificación vial, y la falta de visión para invertir en las calles y carreteras viendo el largo plazo, los niveles de estrés de quienes circulamos por las actuales avenidas, se elevan a niveles nunca vistos. Ya no existen “horarios especiales” en donde se puede movilizar razonablemente rápido para llegar a nuestros destinos, pues donde quiera que vayamos siempre o casi siempre, hay un embotellamiento. De ahí que nuestra paciencia llega a su umbral más alto y con cualquier cosa que suceda, perdemos el control; dejamos entonces que nuestras emociones del momento nos dominen, cuando debería ser lo contrario, nos perturba casi todo y, desde luego, nos cambia nuestro estado de ánimo en general. Solo como ejemplo, hay que pasar el martirio de entrar o salir de Tegucigalpa hacia la zona sur, es una pesadilla que nos quita al menos 4 horas de nuestra paz y acelera aún más los niveles de malestar y frustración, con los que tenemos que llegar a nuestros trabajos y que, seguramente, nos vuelve menos productivos.
Es una verdadera lástima que Tegucigalpa sea una de las capitales de Centroamérica con las peores conexiones de entrada y salida y que este tema, no haya sido atendido ni planificado con una visión de al menos los próximos 30 años.
Lo cierto es que debemos tomar el control de nuestros sentimientos y emociones en el momento de conducir –y para todas las otras actividades de nuestras vidas-, planificar adecuadamente los horarios y rutas en que circularemos, realizar revisiones mecánicas más frecuentes para minimizar la posibilidad de fallo, respetar las señales de tránsito y en especial, respetar a los demás como esperamos que lo hagan con nosotros mismos. Debemos demostrar que somos personas calmadas y para nada violentas y que nuestra forma de conducir refleje una sociedad dinámica, sí, pujante, desde luego, pero siempre guardando la prudencia que permita reducir y, ojalá, evitar más accidentes de tránsito que llenan de luto nuestras familias.
Orar resulta siempre una poderosa forma de ayudarnos al autocontrol, a pensar en que, estando calmados, podemos estar en control de nuestras emociones y evitarnos un mal día en el desgastante congestionamiento vial o en una jornada larga de manejo a través de nuestra hermosa Honduras.
No hay que olvidar que no es llegar al destino lo que cuenta, sino, disfrutar del camino y saber llegar, como dice la canción.