Una nueva investigación publicada en la revista Nature Climate Change ha confirmado lo que muchos sospechaban, pero pocos se atrevían a afirmar con contundencia: el calentamiento global no es una responsabilidad compartida de manera equitativa.
De hecho, el 10% más rico de la población mundial es responsable del 66% del calentamiento global registrado desde 1990.
Lejos de centrarse en hábitos individuales como reciclar, reducir el uso del automóvil o consumir de forma responsable, el estudio señala a las estructuras económicas y de poder como las verdaderas responsables de la crisis climática.
Más aún, el 1% más acaudalado ha contribuido 20 veces más a la emergencia climática que el 99% restante.
Los autores del estudio realizaron un cruce detallado entre modelos de cambio climático y datos económicos globales.
A diferencia de investigaciones anteriores, no sólo se evaluaron las emisiones por consumo, sino también las derivadas de inversiones y propiedad corporativa.
En otras palabras, se analizó cómo la riqueza se convierte directamente en emisiones contaminantes, desde la financiación de industrias contaminantes hasta el control de decisiones empresariales que perpetúan modelos extractivistas.
Carl-Friedrich Schleussner, coautor de la investigación, explicó que si la humanidad hubiese emitido al ritmo del 50% más pobre del planeta, el calentamiento global habría sido prácticamente inexistente desde 1990.
El estudio también resalta que el 1% más rico controla una parte significativa de los activos corporativos, especialmente en países como Estados Unidos, donde concentran el 80% de dichos bienes.
Esto los convierte no solo en beneficiarios del modelo económico vigente, sino también en quienes diseñan sus reglas.
Mientras tanto, la narrativa dominante sigue poniendo el foco en la “responsabilidad individual”.
La popularización del concepto de “huella de carbono personal”, impulsado por campañas de empresas como BP, ha contribuido a desviar la atención de las emisiones sistémicas que tienen origen en los centros de poder económico.
“La Tierra es a la vez botín y vertedero”, denunció el periodista George Monbiot, resumiendo la lógica extractiva bajo la cual operan muchas de estas élites.
Las decisiones que marcan el destino ambiental del planeta no las toma la ciudadanía común, sino los dueños del capital y los directivos de corporaciones globales.
El informe concluye que si bien los cambios individuales son importantes, las soluciones verdaderamente eficaces deben apuntar al corazón del problema: el control económico desmedido y la falta de regulación sobre quienes más contaminan.
En definitiva, el cambio climático no es solo una emergencia ambiental, sino una manifestación del desequilibrio extremo entre riqueza, poder y responsabilidad.
Y hasta que ese desequilibrio no se aborde, la lucha contra el calentamiento global seguirá enfrentando un obstáculo mayúsculo.
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