Llevamos más de dos semanas sumidos en una densa y mortífera capa de humo que, combinada con el calor, hace el ambiente insoportable para muchas actividades productivas, deportivas y educativas. Los grupos vulnerables son los más afectados, pero estas condiciones amenazan la salud y calidad de vida de todos. Frente a esta problemática, es oportuno reflexionar sobre cómo abordarla, identificando y aprendiendo de las experiencias exitosas de otros países.
Un buen inicio sería estudiar la experiencia de la ciudad de México (CDMX), megaciudad que ha logrado una transformación profunda y que demuestra que la extrema contaminación puede revertirse mediante políticas públicas integrales y sostenidas, así como con la educación de su población. Visitamos CDMX, la primera vez, a inicios de la década de los 80, precisamente cuando esa ciudad era sinónimo de polución extrema, considerada una de las ciudades más contaminadas del mundo, un título lamentable que parecía insuperable.
A través de un esfuerzo coordinado y continuo, se logró transformar ese sombrío panorama. El Programa de Gestión para Mejorar la Calidad del Aire (ProAire), implementado por primera vez en 1996 y actualizado en múltiples ocasiones, fue el eje central de esta transformación. ProAire no solo consiste en regulaciones, sino que representa un enfoque integral que involucra a gobiernos locales y regionales, la iniciativa privada y la sociedad civil. Este enfoque holístico es esencial para abordar la crisis actual en Honduras.
Una de las primeras lecciones que podernos aprender de CDMX es la importancia de la transición hacia combustibles más limpios. En la capital mexicana se fomentó el uso de gas natural en los sectores industriales y termoeléctricos, lo que resultó en una reducción significativa de emisiones contaminantes. Esta medida, aunque inicialmente costosa, ha demostrado ser eficaz y sostenible a largo plazo. Honduras, por su parte, tiene la capacidad de aprovechar otras tecnologías, como la energía solar, que solo requiere de voluntad política para la aprobación de contadores bidireccionales y tarifas para los créditos, lo que podría revolucionar la capacidad de generación de energía en el país.
CDMX también mejoró sustancialmente su transporte público, expandiendo el metro, creando la red de Metrobús y renovando la flota de taxis y microbuses, promoviendo así un transporte más limpio y eficiente. Ya es tiempo que Honduras haga algo similar. Es evidente el pésimo estado en que circulan las unidades de transporte “público” en nuestro país; las promesas de mejoría de sus dueños jamás llegaron (ni llegarán). Actualmente San Pedro Sula tiene la esperanza del Metro Sula, que vendría a mejorar parcialmente esta situación, mientras que a Tegucigalpa solo le queda recordar el fraude del Trans-450.
Paralelamente se debe establecer una normativa estricta para el control de emisiones vehiculares e industriales. En el caso de vehículos, la obligatoriedad de someter a las unidades a un control de emisión de gases es aplicada en muchísimos países y es un requisito indispensable para la renovación de los permisos de circulación. En Honduras todos hemos visto vehículos que más parecen fumigadoras que unidades de transporte. ¡Eso no puede continuar!
Es vital el monitoreo constante y la gestión ambiental, especialmente mediante la creación de redes de monitoreo de la calidad del aire y la implementación de sistemas de contingencia ambiental que permitan respuestas rápidas y eficaces ante fases de alta contaminación. Honduras necesita invertir en tecnologías de monitoreo ambiental que faciliten la toma de decisiones informadas y oportunas. CDMX también desarrolló un programa de reforestación impresionante. Hace un par de años visitamos nuevamente esa ciudad y el cambio es notable. Los beneficios de la reforestación son indiscutibles y CDMX es una prueba fehaciente del poder profiláctico de los árboles. En Honduras la protección de los bosques ya es un asunto de seguridad nacional.
Mejorar la calidad del aire no es tarea de un solo día ni de un solo actor. Requiere un compromiso continuo y colaboración estrecha entre gobierno, industrias y sociedad civil. La conciencia y participación ciudadana son indispensables para el éxito de cualquier política ambiental. Campañas de concienciación y educación pueden movilizar a la población, generar apoyo para las medidas necesarias y fomentar buenas prácticas ecológicas. Siguiendo ejemplos como el de CDMX, y adaptando las estrategias a nuestras particularidades, es posible construir un futuro más saludable y sostenible, transformando este desafío en una oportunidad para respirar nuevos aires y mejorar nuestra calidad de vida.
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