La secuela de los percances sufridos en las primarias –que para nada sería saludable desenterrar, si ya fueron suficientemente debatidos, hasta por los que constitucionalmente deben quedarse callados– desgraciadamente sigue teniendo incidencia.
(Como acá la receta para sofocar la bulla del ruido es apagarlo con más ruido, la Fiscalía, –que fue a secuestrar documentos al CNE cuando bastaban fotocopias como las que tomó el TSC para hacer su fiscalización– la directiva del Congreso Nacional y el mismo TSC abrieron investigaciones. El auditorio se pregunta ¿si eso va a enmendar o arreglar en algo la naturaleza de los incidentes que se produjeron, o más bien funciona como amenaza a unos y recompensa a los otros que presumiblemente saldrán exculpados?).
Lo que sí está claro, es que lo anterior ha suscitado –quizás con premeditada intención– una especie de “miedo insuperable”, al interior del ente electoral, que lo mantiene, a ratos operando a medio vapor y otros en latente zozobra.
A nuestro criterio, infundado, ya que la lógica indica que cualquier atentado contra las consejeras del CNE o contra otros funcionarios –sobre cuyas espaldas recae al bulto de las operaciones de la institución– a nadie va a convencer que no sea una intentona sesgada de destartalar el ente electoral con miras a desbaratar las elecciones generales. (Bueno, ello desde la perspectiva que no haya interés subrepticio de dinamitar el proceso electoral, interpretando que el ánimo que aún priva en las distintas fuerzas políticas nacionales sea preservar la democracia. Pero si ello no fuera suficiente, aparte de la rebeldía política interna que tal conjura desataría, ¿quién sabe si Washington –que con tres poderosos misiles de última tecnología le deshizo al Ayatolá sus instalaciones subterráneas en Irán– vaya a quedarse de brazos cruzados tolerando el desbarranque?).
Dicho lo anterior –pero sintomático de ese temor que subsiste– sorprenden, por raros, los oficios que la consejera presidenta manda al TSC y al MP, pidiendo permiso para pagar cuentas –que de acuerdo a los contratos debió cancelar inmediatamente que recibieron los suministros y aún no pagan– supeditando la independencia y autonomía del ente electoral al criterio de otras instituciones, como si se tratase de una agencia cualquiera sometida a autoridad ajena, cuando constitucionalmente el CNE, en materia electoral, no está subyugado a ningún otro poder.
¿Y es qué, el CNE –despreciando su independencia y autonomía dada por la ley superior– está clavado a lo que diga, haga o no haga otra oficina pública? Tan es así que el TSC, al que pide criterio, le aclara en un oficio lo que debiese ser de su entero conocimiento: “Este ente contralor no se constituye como un órgano consultivo en relación con las actuaciones inherentes a la administración interna de instituciones y de sus funcionarios y no nos encontramos facultados para emitir opiniones legales particulares a los sujetos pasivos de la ley”.
“… consideramos que los pagos por servicios contratados, corresponden a una decisión inherente a la administración interna del CNE, con la asesoría de su Auditor Interno y de su Departamento Legal”. (No hay tales que la ley requiera, para sustentar las transacciones, “papeles originales”, ya que la Ley Orgánica del Presupuesto exige “soporte en los documentos que dieron origen”, incluso “documentos electrónicos”, cosa distinta de esa su errónea interpretación).
Lo otro, solo con el deseo que el proceso comicial en marcha no sufra retrasos de agendar los asuntos apremiantes, ni en la toma de decisiones de lo urgente, ni postergaciones inexplicables, ni lo que bien pudo hacerse con antelación lo lleven a resolver al último minuto, de vida o muerte, ofrecemos un ejemplo de lo que ya se ha dicho, ello es, los apuros inducidos en la medida que fueron apretando el cronograma electoral, para terminar dando plazos tan estrechos –pese a repetidas advertencias– casi imposibles de cumplir, a la impresión de papeletas: El 3 de enero (debiendo acomodar los tiempos a los atrasos imputables a la toma de decisiones) la Dirección Electoral remite al Pleno el oficio para la conformación del pliego de condiciones solicitando pronunciamiento sobre los diseños.
Todo el mes se fue en tardadas acrobacias, y hasta el 30 de enero se publica el pliego de condiciones de las papeletas y documentos esenciales. Y hasta escasos 30 días antes de las elecciones primarias, el 7 de febrero adjudican a las empresas la elaboración de papeletas, dando a las imprentas un apretado margen para la elaboración, sin mayor reparo a las limitaciones técnicas. (Hasta aquí –tercia el Sisimite– por el momento, ya que acá es donde más se ha defendido a las consejeras de los acosos y hostigamientos de que han sido víctimas, conscientes que la confianza de la ciudadanía en sus autoridades electorales es vital al éxito de las elecciones.
-Sí, –interviene Winston– pero igual deben honrar la palabra empeñada de los contratos, pagar los suministros para no arriesgar quedarse sin esos insumos básicos de fuente independiente (a no ser que haya alguna ignorada conjura alentando otra cosa) ya que la credibilidad no cae del cielo, es necesario ser merecedor de esa confianza. -¿Aunque esto –vuelve el Sisimite– bien podría llegar hasta que haga crisis? ¿No escuchaste la alocución cantarina, de los pretextos; el dizque “respeto” que exige –con desplante victimista– consiste en que las empresas dañadas no digan ni pío y se sometan a la voluntad caprichosa del que no quiere pagar?
-¿Y ni hablar de los espejismos –ironiza Winston– inventando “enemigos” (vaya lenguaje incendiario) de los que no se dejan atropellar? Si bien ese es un órgano colegiado, ¿no crees que la responsabilidad de dirigir recae en la presidencia, a la que la opinión pública mayormente le atribuye el desempeño del éxito o fracaso de la gestión? ¿Qué tan bien o malogrado, averiado, cuestionado, resultó la práctica de los comicios y qué tanta eficiencia, coordinación, organización, hubo en el manejo de los asuntos internos? -Bueno –tercia el Sisimite– hay dos maneras de manejar las cosas.
–¿Una sería el ruido, que brevemente funciona, –ilustra Winston– con protagonismo, (a veces necesario y acertado, ya que la desinformación exige dar respuesta, o para hacerle bulla al otro ruido); excesos de figuración –echando culpa de las falencias– a modo de distraer o desviar a otro lado, fallas o errores, o como en este caso, responsabilidad por la propia reticencia al cumplimiento del deber? ¿Y la otra sería la guía moderada, con equilibrio emocional, buscando armonía, consensos, que le generen confianza a la institución?
-Pero no siempre el ruido, aunque granjee aplausos, y el momentáneo reconocimiento (sobre todo de los que igual ven “enemigos” no adversarios en la batalla cívica), suple la carencia de regencia en la dirección de la institución. -Quizás, a veces, si el anhelo es no echar más leña al fuego, sea preferible invocar las virtudes del silencio y de la prudencia, en aras del buen suceso del rito eleccionario).