“Y qué de Félix Rubén García Sarmiento –mensaje del notario amigo—le gusta este poeta a Winston y al Sisimite?” Alusivo a la conversación de cierre: ((Ya que a vos te da de poeta –entra el Sisimite– ¿qué versos te aprendiste del poder de la memoria para inmortalizar los recuerdos? – Digamos este –recita Winston– de Jorge Luis Borges: “Sólo una cosa no hay.
Es el olvido./ Dios, que salva el metal, salva la escoria/ y cifra en Su profética memoria/ las lunas que serán y las que han sido.”
-Pues te luciste –el Sisimite escuchando con atención– con esas líneas de Jorge Francisco Isidoro Luis. Solo que no fue bautizado con el Luis, pese a que, desde sus tempranos días, respondía a Jorge Luis, el nombre por el que todos lo llamaban.
-Buena memoria la tuya –suspira Winston– no todos sabían que el Luis fue nombre agregado posteriormente. Pero regresando al verso, en esta estrofa, el poeta expresa cómo la memoria de Dios (o, en otras palabras, en un sentido eterno) todo permanece.
Ya sea lo grandioso como lo irrelevante, sin riesgo de ser olvidado. Se refiere a la inmortalidad ligada a los recuerdos –rescatados por la memoria– que perduran más allá del tiempo.)
(Por supuesto –respondieron Winston y el Sisimite al buen amigo lector—“el nombre de pila de Rubén Darío era Félix Rubén García Sarmiento. “Rubén Darío” –pseudónimo que adopta al inicio de su carrera literaria– quedó como su reconocida identidad.
¿De dónde saca el Darío? A varios de sus familiares, del lado paterno, los conocían con el apodo de “los Daríos”. Así que de ahí Rubén tomó el Darío como apellido elegido, y con ese toque artístico escaló “la fama como uno de los más influyentes poetas del modernismo en la literatura hispanoamericana.”
Y a propósito del tema en cuestión –la memoria y la inmoralidad de los recuerdos– en forma sugerida, en estos versos de “Lo Fatal”, insinúa que “la memoria juega un papel esencial en la percepción de lo eterno”:
“Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,/ y más la piedra dura porque esa ya no siente,/ pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,/ ni mayor pesadumbre que la vida consciente. / Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,/ y el temor de haber sido y un futuro terror…/ Y el espanto seguro de estar mañana muerto,/ y sufrir por la vida y por la sombra y por/ lo que no conocemos y apenas sospechamos,/ y la carne que tienta con sus frescos racimos,/ y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,/ ¡y no saber adónde vamos,/ ni de dónde venimos!…” (Fin de los versos).
“Probemos la memoria de Winston –sugiere el amigo académico—pídale que repita de memoria ¿cuál es el nombre de pila de Pablo Picasso? (Pablo Diego José Francisco de Paula Nepomuceno, y otras hierbas…” responde Winston.
Nombre larguísimo –interviene el Sisimite– “Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno Crispín Crispiniano María Remedios de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso.”
Nombres heredados de santos y familiares. –Tradición común en España –comenta Winston– pero no para que le clavaran los nombres de todos los santos y sus parientes. Así que hizo bien en mocharlo para efecto de su nombre artístico, ya que no le hubiese alcanzado un lienzo, que ajustara para la pintura y la rúbrica con ese montón de nombres a tuto.)
(Sobre los versos del Rubén de “los Daríos” –entra el Sisimite– son toda una reflexión sobre “la naturaleza de la existencia humana, y de la memoria.” “El dolor de recordar, consciente de la propia mortalidad, insinúa que la memoria es inherente a la percepción de lo eterno.”
-Al inmortalizar los recuerdos –tercia Winston—“la memoria (en su fase melancólica de la existencia misma) carga con el peso de lo vivido y lo perdido.” -Y sabés –vuelve el Sisimite– ¿cuál es el nombre de nacimiento del poeta del realismo mágico?
-Ese es más corto –responde Winston– Gabriel José de la Concordia García Márquez. ¿Y dame de corrido el de Dalí? -Mejor te lo escribo –se escurre el Sisimite– “Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí i Domènech, Marqués de Dalí de Púbol”.)