“ACABO de terminar de leer el editorial –mensaje del amigo constitucionalista– y me encantó; algunos datos ya los conocía, generalmente he sabido la historia de que el emperador Constantino de Roma reunió a un grupo para elaborar los textos bíblicos, y establecer cuáles iban y cuáles no, en un concilio llamado de Nicea. Coincido plenamente con Winston en que las misas en la mayoría de los casos son súper aburridas, escasa didáctica oratoria, poca facilidad de palabra de algunos sacerdotes. Por eso la feligresía ha bajado notablemente, necesitan como una renovación, una reingeniería para volver más atractivo el culto”. El amigo de la luna llena: “Es tema que continuamente platicamos con Carucha. En Honduras, pocos sacerdotes son oradores. Algunos deberían escribir sus homilías; para inspirar sería pedir mucho, pues para educar en teología. Dan vueltas y vueltas repitiendo, sin mensaje alguno, sin llegar a nuestra fe. Cuando estamos “abueliando” en Charlotte, normalmente asistimos a la iglesia de Saint Mathews u otras, de cuando en vez. Es muy raro que no lean su mensaje. Y siempre inspiran y dan pie a pensar y leer”.
Un poco de historia –con asistencia de la IA– y de leyenda: “La batalla de Constantino el Grande con el estandarte de la cruz, fue la del Puente Milivio, 312 d. C., enfrentado a Majencio por el control de Roma”. Narra el historiador Eusebio de Cesarea, que “antes de la batalla, Constantino tuvo una visión celestial: vio una cruz luminosa en el cielo con la inscripción griega “ἐν τούτῳ νίκα” (“Con este signo vencerás”). Cristo –dice habérsele aparecido en sueños– indicándole que usara ese símbolo como estandarte de batalla”. “Así nació el lábaro, una especie de estandarte militar con el Cristograma (XP), las dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego (ΧΡΙΣΤΟΣ). Ganó la batalla y lo interpretó como una señal del Dios cristiano, lo que marcó su inclinación a esta religión”. “Antes de Constantino, el cristianismo era una religión perseguida, sobre todo en tiempos de emperadores como Nerón, Decio y Diocleciano. Constantino no solo legalizó el cristianismo con el Edicto de Milán en el año 313, sino que lo favoreció activamente”. “El Edicto de Milán (313) otorgó libertad religiosa y devolvió bienes confiscados a los cristianos”. “No lo hizo religión oficial (eso lo haría Teodosio en 380), sin embargo, favoreció abiertamente a los cristianos, otorgando privilegios al clero, exenciones fiscales y financiamiento para templos”.
“El cristianismo empezó a vincularse con el poder imperial, lo que permitió su expansión… pero también lo transformó, alejándolo del cristianismo primitivo perseguido y pobre. (Este giro puede resumirse como el paso de una fe perseguida a una fe imperial)”. “Constantino convocó y presidió el Primer Concilio de Nicea en el año 325 d. C., en la ciudad de Nicea (hoy Iznik, Turquía)”. No fue específicamente para recopilar textos bíblicos, “pero sí fue fundamental para definir la ortodoxia cristiana”. “En el Concilio de Nicea se condenó el arrianismo, que negaba la divinidad plena de Cristo, se proclamó el Credo Niceno, una declaración de fe que aún se recita en muchas iglesias se establecieron fechas litúrgicas como la de la Pascua, se sentaron las bases para unificar la doctrina cristiana, algo fundamental para un imperio que quería unidad política y religiosa.
Aunque la Biblia como canon no fue establecida oficialmente en Nicea, el concilio sí fue el comienzo de un proceso de unificación”. “Constantino encargó al obispo Eusebio la producción de 50 Biblias para las iglesias de Constantinopla, lo que contribuyó a consolidar los textos más aceptados por la Iglesia oficial”. (En cierta ocasión –entra el Sisimite– el papa Francisco QDDG, –llamado en las últimas horas a los aposentos divinos por el Padre Celestial, un día después del Domingo de Resurrección–, sobre los sermones de 20 y hasta 30 minutos, excitaba a los sacerdotes a limitarlos, “a una idea, un sentimiento, unos 8 minutos; ya que después de ese tiempo lo dicho se desvanece y la prédica comienza a desfallecer”. -Cuánta razón tenía –asiente Winston– sobre todo ahora que la consecuencia de esa adicción hipnótica a esos chunches digitales, es una sobrecarga cognitiva que ha reducido la capacidad de concentración de las personas a una instantánea brevedad. -¿Cuánto toma –vuelve el Sisimite– en leer las pocas líneas de la referencia histórica brindada en este editorial? -Tómame el tiempo –sugiere Winston– no tarda más de 8 minutos; aparte que la información es bien interesante, como para que el auditorio no se divague y preste atención.
Pero tampoco es ser desconsiderado, y menos grosero para no reconocer que los oficios en el ministerio sagrado son por vocación de servicio al prójimo; que la prédica, como enseñanza de la palabra del Señor, no necesariamente obliga a quien tome ese camino –a la vez demanda toda una vida de entrega espiritual– a que sea un magnífico orador. Hay tantas otras virtudes –solo el ejemplo de amor al Creador basta y sobra– sumado al apoyo espiritual a la feligresía; obras en sus comunidades, ternura en momentos difíciles a los afligidos en sus parroquias, que con creces compensa el aburrimiento en el púlpito. -Si vos fuiste –recuerda el Sisimite– el de la sugerencia. -Pues sí –suspira Winston– reflexionando más en el contenido de la prédica que, con un poco de ingenio y preparación de los sermones, podría ser variada, inspirada en el inmenso caudal de datos extraordinarios que ofrece la teología, para mejor ilustración del creyente común y corriente que profesa la fe).