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sábado, julio 5, 2025

¿La tiranía del ruido?

“En un pueblo antiguo, un hombre pobre necesitaba leña para calentar su hogar en invierno. Decidió pedir ayuda a dos vecinos: -El primero era rico y famoso por su caridad pública. Al escuchar la petición, gritó a sus sirvientes: «¡Llevadle tres carretas de leña! ¡Que todo el pueblo vea cómo ayudamos al necesitado!». Los sirvientes llenaron las carretas con estrépito, golpeando troncos y haciendo sonar campanas para llamar la atención. Al entregar la leña, el hombre rico arengó a la multitud sobre su generosidad. -El segundo vecino era humilde y callado. Esa misma noche, sin que nadie lo viera, llevó una carreta con leña de excelente calidad hasta la puerta del hombre pobre. La colocó en silencio y se marchó sin esperar reconocimiento. A la mañana siguiente, el hombre pobre vio ambas “donaciones”: -Las tres carretas del vecino rico estaban llenas de leña podrida, inservible. -La carreta del vecino humilde contenía leña sólida y seca, que lo calentaría todo el invierno”. (Moraleja: El ruido de la primera carreta solo anunciaba vacío; el silencio de la segunda, llevaba el verdadero bien”).

(“El bien no hace ruido y el ruido no hace bien”. La enseñanza de San Francisco de Sales. El verdadero bien es discreto, como Dios actuando en lo cotidiano. El ruido (quejas, alardes, victimismo) suele ser señal de egoísmo, envidia o soberbia. “No son los grandes gestos, sino los pequeños actos silenciosos los que cambian el mundo”). Auscultando la IA y la sociología de conductas contemporáneas: “La contradicción entre la sabiduría ética tradicional («el bien no hace ruido») y la lógica de la sociedad mediática y política actual, donde el ruido y el escándalo son moneda corriente”. “¿Por qué el ruido domina la política (y la esfera pública)? En un mundo sobresaturado de información, gritar más fuerte, polarizar o generar escándalo es una estrategia para capturar miradas rápidas (ley de hierro de las redes: “lo que no genera enganche, muere”)”. “El ruido (consignas radicales, ataques personales, promesas imposibles), anestesia la complejidad”. “Un discurso matizado exige esfuerzo; un grito moviliza emociones primarias”. Ello genera el denominado círculo perverso: Los algoritmos premian la controversia, los políticos adaptan su comunicación, el público se acostumbra al espectáculo, la sustancia se vuelve «aburrida». Sin embargo, hay “un precio oculto del ruido político”. “Aunque funcione tácticamente, esta dinámica tiene costos devastadores: Vaciamiento de la democracia: Se prioriza “parecer” sobre “ser”. Las campañas se convierten en marketing de guerra, no en debates de ideas”. El resultado es la “desconfianza estructural: Cuando el ruido revela su vacío (promesas incumplidas, leña podrida), se erosiona la credibilidad de todo el sistema”. “Parálisis de largo plazo: Las soluciones complejas requieren consensos y silencio para construir; el ruido solo permite parches inmediatistas”. (Como advirtió el filósofo español Ortega y Gasset: “La demagogia es la tiranía de la estridencia sobre el silencio pensante”).

“La pregunta exacta no es ¿funciona el ruido?, (sabemos que sí), sino ¿qué tipo de sociedad queremos construir?”. “Aquí, la parábola inicial da pistas: “El “bien silencioso” como resistencia: Ciudadanos que exigen sustancia, periodismo que oriente en vez de amplificar gritos, políticos que rechazan el circo”. Se ocupa de un cambio de los incentivos: Apoyar medios que orienten; premiar a líderes que asumen errores (no los que niegan), valorar políticas con evidencia, no con “eslóganes”. (“El ruido –entra el Sisimite– gana batallas comunicacionales; el silencio honesto gana guerras históricas”. “La política del grito triunfa en el corto plazo porque explota nuestros sesgos más básicos (miedo, tribalismo)”. “Pero el verdadero cambio –el que transforma sociedades– siempre nace de acciones sostenidas, a menudo anónimas: maestros en aulas, médicos en hospitales, comunidades organizándose”. “La gran paradoja es que, mientras el ruido agota su combustible (nuestra atención), el bien silencioso construye cimientos”. “El reto es no rendirnos al cinismo: exigir sustancia es el primer acto de rebeldía contra la tiranía del ruido”. -Claro que sí –interviene Winston– solo que, ¿no te parece que mientras no haya un cambio estructural dirigido a las plataformas tecnológicas que se han apoderado de la vida de la gente en todo el mundo, que instigan los conflictos, propician el ruido infernal, influyen en los criterios, con dominio sobre la naturaleza perversa de la conversación, sin mayor respeto a la verdad, atentan contra la moderación, desforman los cánones tradicionales de convivencia, y han creado sociedades adictas, proclives a los intercambios morbosos e insustanciales, todo esfuerzo de esperanzadora recuperación, sería como arar en el mar?).

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