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miércoles, mayo 7, 2025

La plaga de los extremistas saludables

Estamos invadidos por una plaga de hombres y mujeres que se preocupan al extremo por su figura y su salud.

Pero, ¿es esto realmente malo como para dedicarle un espacio a la crítica? Sabemos que más salud significa, al menos, prolongar la vida, aunque sea por un par de años.

¿Es un sacrilegio renegar de la buena condición física? No dudo que esta reflexión me valdría la rechifla del respetable, especialmente de los más fervientes del “Fitness and Wellness”.

Ni pensar en hacerlo en las redes sociales, donde los salvajes anónimos me descalificarían por ir en contra de las costumbres de la vida moderna.

El año pasado, mi médico de cabecera me realizó el examen exhaustivo de cada año y, sin muchos miramientos, me envió un mensaje por WhatsApp: “Dieta y ejercicio”. Nada más.

Ante el temor de la sentencia y dada mi edad, me he dedicado a dos prácticas fundamentales: caminar 40 minutos alrededor de la cuadra o nadar, dormir y alimentarme de manera frugal.

Sin embargo, la práctica de una buena salud y una condición física envidiable no escapan al consumismo que caracteriza a estos tiempos. Incluso van más allá de lo que parece ser lógico e incontrovertible.

En un contexto de angustia e inseguridad, donde la incultura y la ignorancia deconstruyen lo tradicional, especialmente en lo gastronómico, muchos anhelan llegar a los 100 años sin dolores ni traumas, quizás reteniendo un poco la lozanía de la juventud, repleta de sensualidad, sexo y belleza.

Este razonamiento los lleva a embarcarse en dietas extremas y rutinas de ejercicio intensas, ignorando los límites bioquímicos o genéticos. Es una apuesta, pues nadie sabe lo que le depara el futuro.

La promoción publicitaria por la lozanía y la belleza no radica en la preocupación por la salud per se, sino en el consumismo extremo que implica el exhibicionismo saludable actual.

También está el temor al envejecimiento, a perder lo apolíneo de la gracia anatómica, y la tendencia a rellenar con bótox y silicona aquellas partes que la naturaleza no ha concedido o que se pierden con la edad.

La ostentación publicitada hace sentir mal a quienes no pueden modificar su anatomía, ya sea por falta de recursos, de tiempo, o porque nada puede corregir los defectos naturales.

Consumir marcas, dietas costosas y acceder a gimnasios de élite forman parte de esta vitrina obsesiva por la cultura corporal, que se intensifica cada día.

Zigmunt Bauman destapa en su “Modernidad líquida” que las personas se ven compelidas a preocuparse por la salud y el alargamiento de la vida en una época donde las metas profesionales, familiares y de autorrealización difícilmente se cumplen.

Las crisis prolongadas deterioran, cada vez más, la calidad de los empleos, los ingresos, la oportunidad de formar familias estables y la fe religiosa.

Es a partir de esa desesperanza que las personas buscan refugiarse en prácticas individualistas donde sí pueden tener control sobre su imagen; sobre lo que les da sentido a sus vidas: el cuerpo.

No es la preocupación por lo saludable lo que me molesta, sino la presunción publicitada por la preeminencia corporal, el sentido de superioridad anatómica y, desde luego, los molestos extremistas saludables que nos invaden como plaga, incluso en la familia y en las amistades.

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