SAN PEDRO SULA. En la madrugada, cuando la neblina apenas rozaba las luces amarillas del pasaje La Vaca en El Ocotillo, una escena desgarradora cortó el silencio de la calle: un hombre tirado boca arriba, inmóvil, con su pequeño hijo sobre su pecho, buscando refugio en su calor contra el frío de la calle.
Sin abrigo, sin cobija, sin otro techo que el cielo gris, el niño se aferraba al cuerpo de su padre, demasiado ebrio para sentir el temblor que atravesaba a ambos.
La escena, captada por el celular de un vecino, no tardó en viralizarse, recorriendo en pocas horas grupos de WhatsApp, muros de Facebook e historias de Instagram, acompañada por una sola pregunta que resonaba con fuerza: “¿Cómo llegamos a esto?”.
A esa hora, cualquier niño debería estar descansando en su cama, soñando con la escuela o jugando en el recreo, pero este pequeño estaba sobre el cemento frío, usando el cuerpo de su padre como almohada, un padre que había sucumbido al alcohol.
La imagen no solo muestra la fractura de una familia, sino también la deuda que la sociedad y los adultos arrastramos con los más vulnerables: mientras la niñez clama por un futuro lleno de oportunidades, el alcoholismo sigue desterrando sueños y exponiendo a los niños a la crueldad de la calle.
EL DOLOR DETRÁS DE LA FOTO
Según medios de comunicación del país, quienes conocen al hombre aseguran que la adicción lo consume desde hace años y que esta no es la primera vez que el niño se ve atrapado en esta tragedia.
“Hemos intentado ayudarlo, pero siempre vuelve a caer”, relata una vecina con la voz quebrada. “Ver a ese niño ahí, respirando sobre un pecho que apenas late por el alcohol… es una imagen que nunca se borra”.
A la indignación se sumaron los llamados a la acción. Varios pidieron con urgencia a la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia (Dinaf) y a la Policía Nacional que intervinieran para salvar al menor
LAS VOCES DE UN CLAMOR DIGITAL
Las reacciones en las redes sociales se multiplicaron rápidamente, revelando un mar de emociones: rabia, empatía y una clara exigencia de intervención.
Orlando Cáceres, un usuario de Facebook, recordó que el alcoholismo es una enfermedad crónica y pidió menos juicio y más rehabilitación para el padre: “Criticamos sin saber. Ayudemos a encontrarle tratamiento, al final es un hombre enfermo”.
Mientras tanto, Stiphen Hernández centró el drama en el niño: “Por amor a los hijos, un padre debe cambiar.
No es justo que estos angelitos paguen por los errores de los adultos”. Mybel Kharolina apuntó a la raíz del problema: “Eduquémonos para no traer bebés cuando no estamos estables o sufriendo de adicciones. Los niños no nacen para sufrir”.
Álvarez Yaneth fue clara: “Él tiene que ser el ejemplo, no el peligro. Debe cambiar por su hijo”. Nichita Fugón, por su parte, recordó la amarga paradoja del vínculo familiar: “Los hijos siempre aman a sus padres, por más que sean lo que sean. Por eso duele más”.
El clamor en línea no solo visibilizó la tragedia, sino que también encendió un debate crucial sobre la falta de servicios públicos para la rehabilitación, la pobreza que empuja a la intemperie y la responsabilidad colectiva de no mirar hacia otro lado.
LA PREGUNTA QUE SIGUE EN EL AIRE
Mientras la foto sigue circulando en los teléfonos de todo el país, el niño, cuyo nombre se guarda por su protección, permanece en el limbo.
¿Volverá a las mismas calles junto a su padre o encontrará finalmente un lugar seguro para dormir, sin miedo?
La respuesta ahora está en manos de las autoridades y en la voluntad de una sociedad que, entre el ruido de las redes y el eco de la madrugada, entendió que un abrazo sobre el asfalto no puede ser la única cobija para un niño.