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sábado, mayo 3, 2025

La democracia y sus espejismos

En una entrevista concedida en 1978, Jorge Luis Borges describió la democracia con una frase que provocaba reflexión y controversia: “La democracia es un abuso de la estadística”, dijo al periodista César Hildebrandt, agregando que, mientras en matemáticas nadie confía en la mayoría para resolver problemas, en política ocurre lo contrario.

En este intercambio, Borges no descartaba la democracia, pero sí señalaba sus límites
y peligros, especialmente cuando el voto mayoritario no está respaldado por educación, información y responsabilidad colectiva.

Una crítica que, décadas después, parece escrita para los retos que enfrentará nuestro país en 2025.

Las próximas elecciones representan uno de los momentos democráticos más decisivos de nuestra historia reciente.

En medio de una creciente polarización (agravada por los algoritmos de las redes sociales), una institucionalidad debilitada y niveles preocupantes de apatía ciudadana, la frase de Borges resuena con especial fuerza: ¿es suficiente el peso numérico del voto para garantizar el mejor rumbo para el país?

El proceso electoral, en esencia, descansa en el principio democrático de que cada voto tiene el mismo valor y que la suma de voluntades constituye la expresión más legítima del poder popular.

Sin embargo, como Borges sugirió, este principio no está exento de riesgos.

Borges consideraba que, en sociedades donde el acceso a la educación es desigual,
la desinformación prolifera y los intereses económicos y partidistas moldean el
discurso político, la capacidad del electorado para discernir entre propuestas puede verse comprometida.

La falta de debates políticos profundos, la manipulación emocional de las campañas
y el uso de redes sociales para distorsionar la información han creado un entorno donde las decisiones se toman más por reacción que por reflexión.

Esto queda claramente evidenciado en los resultados electorales en otras partes del
mundo donde los candidatos “anti-sistema” han logrado grandes avances.

En este contexto, el voto mayoritario corre el riesgo de convertirse en un reflejo de frustraciones o esperanzas infundadas, más que en una expresión razonada de los intereses colectivos.

Para que la democracia cumpla con su promesa, las campañas políticas deben estar a
la altura de los desafíos que enfrenta el país.

Nos urgen debates civilizados donde prime el intercambio de ideas, propuestas claras
y planes de gobierno realistas que atiendan los enormes problemas nacionales: pobreza, inseguridad, corrupción y desempleo.

Estos no deberían reducirse a ataques personales ni discursos vacíos diseñados para
manipular emociones.

Por el contrario, deben convertirse en espacios para educar al electorado y generar confianza en la capacidad de los candidatos de liderar con visión y responsabilidad.

Solo así el proceso electoral puede trascender el mero acto de votar y convertirse en un verdadero ejercicio de construcción democrática.

Pero el problema no recae exclusivamente en el electorado. Borges, en su crítica, no
abogaba por eliminar la democracia, sino por una reflexión sobre sus límites y la responsabilidad de quienes la ejercen.

Si bien la regla de la mayoría puede ser imperfecta, la alternativa donde unos pocos concentran el poder y definen el rumbo de una sociedad, puede ser devastadora para la libertad y la justicia.

De esto existen múltiples ejemplos en todo el mundo y es lo peor que nos podría ocurrir como nación.

En lugar de desestimar la democracia como “un espejismo de la estadística”, quizás la clave esté en fortalecerla: educar a los votantes, exigir transparencia a los candidatos, depuración de planillas y promover una ciudadanía activa que cuestione y participe.

Una democracia fortalecida no es solo el resultado de elecciones limpias, sino también de instituciones sólidas, ciudadanos informados y una cultura política donde el diálogo prevalezca sobre la imposición, donde la pluralidad de ideas conciba soluciones a problemas comunes.

Las elecciones de 2025 serán una prueba no solo para los políticos, sino para todos
los ciudadanos. Nos desafiarán a ir más allá de los números, a ver el voto no como un fin en sí mismo, sino como el inicio de un compromiso sostenido con la construcción de un país más justo y democrático.

Como decía Borges, la mayoría no siempre tiene la razón; pero si asumimos la democracia como un ejercicio de aprendizaje colectivo, aún podemos acercarnos a ella.

Es entonces cuando la estadística deja de ser un abuso y se convierte en una herramienta para la transformación.

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