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domingo, mayo 4, 2025

¿La carta?

YA días que la nena no manda sus cuentos al colectivo, pero para compensar el vacío, una extraviada misiva que llegó a nuestras manos: (Carta urgente sin sobre y sin estampilla. Gentil cortesía de alguien que la lleve y haga el favor de entregarla). Distinguida señora presidenta Patronato Colonia Lara: “Con la acostumbrada estima escribo a usted estas líneas esperando contar con su respaldo, en consideración al respeto que siempre guardé hacia su persona: Jamás me oriné o hice mis necesidades frente al portón de su apreciable casa”.

“Permítame presentarme. Soy Firulais, aunque seguramente usted me conoce por Fofo, el nombre que me clavaron cuando llegué a la colonia”. “Resulta que, con remordimiento en el alma, y en un afán de superación, días atrás tomé la decisión de abandonar el montarral donde me crie, en uno de los barrios capitalinos, y después de mucho deambular por toda la ciudad, buscando una colonia de bien, opté por instalarme en la suya, en busca de mejores derroteros”.

“Durante varias semanas anduve suelto, dócil, amigable, campechano, por las calles y avenidas de la colonia, anhelando recibir el beneplácito de los inquilinos en mi nueva zona residencial”. “Recibí más que eso, la comprensión de muchos de los vecinos, sobre todo de las muchachas que salen a pasear sus mascotas en horas de la mañana y de la tarde”. “El vigilante de uno de los edificios, muy gentilmente, me acomodaba en horas de la noche en un estrecho rincón de su pequeña guarida que, dicho sea de paso, me servía de seguro refugio cuando caían aquellos tupidos aguaceros, con truenos y relámpagos”.

“Varias de las bondadosas muchachas de la colonia, más por cariño que por lástima, me llevaban mi comidita, y al cabo de unos días fui sintiéndome lozano y aumentando mis libritas”. “A veces, incluso, seguía a mis compañeros que salían a pasear en las rondas matutinas y vespertinas”. “Me sentía como parte de la camada”.

“Escuchaba decir que andaban buscando una familia que quisiese adoptarme. Ni cosa mejor –dije para mis adentros– voy a tener hogar y familia”. “Una de tantas noches oscuras, pasó un carro conducido por un chofer boca abierta e irresponsable, y me golpeó. Quedé tendido en el suelo, sin saber si me había roto algún hueso o una costilla”.

“Sin embargo, para sorpresa mía, al rato aparecieron mis benefactores, me recogieron y me brindaron todo tipo de cuidados. Me llevaron a su apartamento, y allí junto a una chuchita preciosa, me dieron la mejor de las atenciones”. “El apartamento bellísimo, con aire acondicionado, camas y muebles bonitos, y lo mejor de todo es que me preparaban desayuno, almuerzo y cena, y yo relajado dormía bien acompañado, roncando junto a mi adorable chuchita. Bueno, “chuchota”, porque es una “pitbull”, pero de las mansas”.

“Jugábamos todo el día, y mi tarea era ejercitarla y entretenerla”. “Ya cuando salíamos a pasear juntos, no era en función de perro suelto, vagabundo y callejero, como había llegado, sino de escolta de compañía”. “Me pusieron un arnés y una correa, y yo, orgulloso, cosa más hermosa, salía por esas calles de Dios cuidando de mi consentida”.

“Incluso paseábamos en carro, ella asomando la cabeza por una ventana y yo por la otra”. “Me sentía todo un caballero, como chucho de la realeza, parecido a un tal Winston que se cree el príncipe de la colonia”. “Ya no era Fofo sino don Fofo”.

“Uno de tantos días, escuché que estaban haciendo unos matates y vi que ahí metían mis chunches personales, por lo que supuse que íbamos de picnic”. “Me monté al carro moviendo la cola de alegría”. “Recorrimos kilómetros con rumbo sepa Judas ¿a dónde?”.

“Hasta que llegamos a un pueblo. No sé dónde estoy. Aquí me dejaron, con mi nueva familia”. “O sea, del montarral de donde me vine para ir a vivir a una colonia de bien, fui a parar otra vez al monte; esta vez de la ruralidad”. “Después de estar viviendo en apartamento fino con una acompañante preciosa, y de sentirme don Fofo, ahora vuelvo a ser Firulais”.

“Aquí paso, en la parada de los buses, viendo si alguno me recoge y me lleva de vuelta a Tegucigalpa”. “Pero el problema es que me monto en el bus y me sacan humillado porque no tengo boleto”. “Así que mi súplica es si usted es tan desprendida de hacerme llegar el pasaje. Se lo voy a agradecer toda la vida”.

“Me despido con el corazón en la mano: Firulais, alias Fofo”. (¿Y vos –tercia el Sisimite– conociste a Fofo? -Claro –responde Winston– por acá anduvo y de repente desapareció. -¿Pero no crees –prosigue el Sisimite– que la carta cuento, es testimonio a la bondad de muchos corazones benévolos que recogen esos animalitos de la calle? -Por supuesto –asiente Winston– la moraleja para Fofo es que “donde hay poco, todo es bueno”.

Allá donde está, si bien no es el apartamento cómodo que tuvo por unos días cuando se creía don Fofo, es mucho mejor a lo que tuvo en su vida anterior, cuando era Firulais, ya que ahora tiene un hogar y familia cariñosa que lo quiere, lo alimenta y que lo cuida).

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