“LA carreta vacía” –mensaje de la leída amiga– “una metáfora ilustrativa”. Alusivo al cierre: (Aun cuando San Francisco de Sales –entra el Sisimite– figura en las consultas como “su referente doctrinal, la frase, “el bien no hace ruido y el ruido no hace bien”, es “un legado colectivo de la sabiduría cristiana sobre la autenticidad moral”. “Su poder reside en desafiar la cultura del espectáculo, recordando que la ética genuina es silenciosa pero transformadora”.
-La frase –suspira Winston– más que por su autoría “por su legítima recepción se fue haciendo parte del imaginario católico de la humildad práctica”. Su poder está en la “sabiduría compartida”. “La paradoja es que el aforismo crítico del ruido tuvo un recorrido silencioso: nació en la reflexión salesiana, se encarnó en el trabajo vicentino, y se universalizó como proverbio anónimo”.
Lo que motiva a continuar elaborando sobre este bullicio ensordecedor en el escenario político de hoy, –como el transmitido en redes y en los chats de iletrados, carentes de lectura– donde lo menos que hay es discusión honda de los problemas que angustian al prójimo, con ánimo de encontrar soluciones).
El cuento: “Un día, un campesino y su hijo caminaban por un sendero de tierra, regresando de su pequeña parcela. El sol comenzaba a bajar y todo estaba en calma, salvo por el canto de las cigarras. De pronto, a lo lejos, comenzaron a escuchar un ruido estruendoso: un rechinar de ruedas, un retumbar de madera sacudida y golpeteos que parecían multiplicarse en el silencio del campo.
-Padre –dijo el hijo–, ¿qué es ese ruido? El campesino, sin inmutarse, respondió: -Es una carreta vacía. -¿Cómo lo sabes si aún no se ve? –preguntó curioso el niño–. -Muy fácil –contestó el padre–. Cuanto más vacía va una carreta, más ruido hace al andar. Poco después, apareció por la curva del camino una vieja carreta de madera, efectivamente vacía, sacudida por las piedras del sendero, y conducida por un hombre que apenas lograba mantenerla estable.
El hijo observó en silencio. Más tarde, cuando ya estaban cerca de su casa, el niño volvió a hablar: -Padre, ¿también los hombres vacíos hacen más ruido? El campesino lo miró y con una media sonrisa le dijo: -Hijo, no siempre, pero muchas veces, quien menos tiene en el alma, más necesita alzar la voz para que lo noten. El que va lleno de verdad, obra en silencio. El que va vacío, hace alboroto para parecer importante”.
(“La carreta vacía representa al que no tiene contenido real (valores, ideas, propósito, conocimiento), pero intenta llamar la atención mediante el ruido: gritos, escándalos, adornos vacíos”. “La carreta llena, aunque pesada, avanza con dignidad, sin estridencia. Así actúan los sabios, los generosos, los verdaderamente buenos: en silencio, sin exhibicionismo”).
(La máxima –entra el Sisimite– “El bien no hace ruido y el ruido no hace bien”, enseña que el bien auténtico es humilde, discreto, silencioso; el que hace el bien no lo proclama a gritos, porque su acción habla por sí mismo. El ruidoso, en cambio, con ruido suele esconder carencias o intenciones dudosas: no edifica, no transforma, solo aturde y distrae”.
A ver –se ríe Winston– ¿y en la política, en las redes, en los chats de los analfabetos del siglo XXI que aun sabiendo leer y escribir nada leen y nada de ver escriben? ¿Y no será que quienes más vociferan, a menudo no entienden los problemas, y menos se les ocurre dar soluciones? El griterío infernal intoxica el ambiente de la campaña política y mediática, y entre unos más elevan la voz, otros gritan más alto queriendo hacerse escuchar por encima del bullicio de los chillidos, alaridos y aullidos.
-Mientras tanto, –interrumpe el Sisimite– “los verdaderos transformadores trabajan en silencio, con constancia, orgullo y profundidad”. -Eso es –ironiza Winston– en el cosmos religioso y espiritual. Si la gran paradoja de nuestro tiempo es que “el griterío vacío atrae más votos que la sensatez reflexiva”.
Es la carreta vacía, escandalosa lo que llama la atención. Lo que habla torrentes de los liderazgos, en fin, de la naturaleza “líquida”, más bien floja, volátil, gaseosa, de las sociedades de hoy. Además, como bromeada Oscar Wilde: “El público es maravillosamente tolerante. Perdona todo, salvo el talento”).