Algunas vidas no pueden resumirse en un solo relato, porque no son líneas rectas ni relatos simples. Son constelaciones de acciones, proyectos y afectos que iluminan a quienes tuvieron la fortuna de compartir su tiempo. La historia de doña Julieta Salem de Kattán es una de esas vidas.
Su partida deja un vacío difícil de llenar, pero también un ejemplo que trasciende generaciones. La conocimos como una mujer valiente, incansable, capaz de transformar cada desafío en una oportunidad de crecimiento para su familia, su comunidad y su país.
No se conformó con apoyar la construcción y continuidad de empresas exitosas ni con formar una familia ejemplar. Su vida fue un entramado de esfuerzos colectivos, de iniciativas para el bienestar de otros, de una generosidad que no se limitó a lo material, sino que se expresó en su entrega, en su tiempo y en su inagotable voluntad de servir.
Hablar de su legado es hablar de trabajo y de valores. Junto a su esposo, edificó un hogar donde el esfuerzo y la integridad fueron pilares fundamentales. No es casualidad que sus hijos siguieran su ejemplo, porque en su casa se respiraba la cultura del mérito y la responsabilidad.
Entendía que el verdadero éxito no era solo individual, sino colectivo, y por ello impulsó a su familia a contribuir con el desarrollo del país desde sus respectivas vocaciones. Su espíritu emprendedor no se limitó al ámbito empresarial.
Fue una defensora de la educación, del arte, de la poesía, del acceso a oportunidades y de la solidaridad. Su obra trasciende en cada persona a la que tendió la mano, en cada iniciativa en la que dejó su huella, en cada causa que defendió con convicción. Creía en el poder de las acciones concretas y, por ello, no se quedaba en discursos o buenas intenciones; su vida fue testimonio de que los cambios reales se construyen con trabajo y compromiso.
Su autobiografía, que tuvimos el privilegio de leer hace algún tiempo, es un relato que no es solo suyo, sino de las personas con las que caminó en esta vida. Ese libro es un espejo de su existencia: un recorrido impresionante por múltiples facetas de su labor, por los frutos de su esfuerzo y por los lazos que supo cultivar con esmero.
Sus páginas no solo cuentan lo que hizo, sino lo que inspiró en otros. Era tan extensa su lista de actividades y logros que ya pensaba en una segunda edición. No sabemos si avanzó en ese proyecto, pero estamos seguros de que contaba con material de sobra. Fundadora del Círculo Teatral Sampedrano, de la Camerata Strauss y, por supuesto, del Comité y de la Fundación Amigos de Guarderías Infantiles y Salas Cunas de San Pedro Sula, obra insigne que seguirá funcionando aún después de su partida.
Para financiar las guarderías organizó durante varios años el “Festival Folclórico”, que reunía a representaciones de distintos países y regalaba a San Pedro Sula eventos musicales de primer nivel. Pero hasta eso es complicado en nuestro país, y terminó cancelándolo ante absurdos reclamos y procesos legales.
Eso no la detuvo y buscó formas alternas de seguir apoyando esa causa, como lo hacía con todo lo que consideraba justo y necesario. Muchas de sus acciones, tanto en el ámbito laboral como en el social, pasaban desapercibidas, porque operaba con esa elegante discreción de quien cree que lo que hace la mano derecha no debe saberlo la izquierda.
A nivel empresarial, su presencia imponía respeto entre quienes la rodeaban, ya fueran colaboradores o miembros de la alta dirección. Sus análisis de negocios eran serenos; escuchaba las opiniones de otros y sus decisiones eran firmes. Tenía una visión clara de largo plazo, sin perder de vista los detalles que hacen posible la ejecución.
En fin, un liderazgo que no se compra, sino que se forja con años de experiencia, templanza y empatía. Quizás lo más admirable fue su coherencia, pues vivía como pensaba, sin estridencias, pero con determinación.
En tiempos en los que la indiferencia parece ganar terreno, recordar su vida es también recordar que el verdadero propósito no está en la acumulación de logros individuales, sino en la capacidad de dejar huellas en los demás.
El mejor homenaje que podemos hacerle es seguir su ejemplo de dedicación, de trabajo bien hecho y de compromiso con los demás. Se ha ido una gran mujer, pero su legado permanece. Porque las vidas como la suya no terminan con la muerte, siguen vivas en cada obra, en cada enseñanza y en cada persona que tuvo el privilegio de conocerla.