Después de vencer a los maleantes, Nayib Bukele prometió que la siguiente fase de su programa de gobierno se centraría en mejorar la economía. “Ahora que arreglamos lo más urgente, que era la seguridad, vamos a enfocarnos de lleno en los problemas importantes, empezando por la economía”, dijo el día de su segunda y dudosa investidura.
Pero ¿a cuál economía se refería Bukele, a la de mercado libre? Eso pensé al principio, pues no hay otra manera de generar riqueza que no sea aplicando un capitalismo competitivo y no el de los compadres cercanos al poder, como se ha acostumbrado en la mayoría de los países de América Latina, incluyendo el nuestro.
Pero resulta que la primera medida económica del mandatario no puede ser más populista: tratar de controlar los precios, amenazando a los comerciantes, sin estimar que los precios están sujetos a la oferta y la demanda y no a los caprichos de un príncipe; lo que me hace recordar los saqueos ordenados por el régimen de Nicolás Maduro en el 2016 contra las tiendas “Daka”, justificando usura y precios muy elevados. Luego vino el pandemónium.
Haciendo uso de un lenguaje similar al que utilizaba cuando retaba a los mareros, Bukele advirtió con aire desafiante: “Espero precios más bajos o van a tener problemas. Todos están fichados”. Después vinieron los aplausos de las masas sedientas de demostraciones viriles y cojonudas, que tanto emocionan a los latinos cuando hace su aparición el superhombre de Nietzsche. Es cuando la política adquiere su forma más burda; cuando la ordenanza autoritaria suplanta a los consensos que exige una verdadera democracia.
La amenaza no es más que un “remake” del discurso antidelincuencial, que ya presenta signos de desgaste y aburrimiento; como para mantenerse en el ranking, al mejor estilo de un “hit” del Billboard setentero. El “más cool” se recarga peleando contra el nuevo “enemigo” del pueblo: el comerciante. En su arenga politiquera, Bukele apela a lo que Moisés Naím denomina en “La revancha de los poderosos”, las 3P del autoritarismo, a saber: populismo, posverdad y polarización, una fórmula muy efectiva que se ha puesto de moda en nuestro continente y con muy buenos dividendos.
Bukele busca en cada tema el epicentro de su momentánea política: la delincuencia primero, y luego el alto costo de la vida que reflejan las encuestas. Desde ya, podemos imaginarlo en el futuro cercano anunciando a su país libre de los especuladores y usureros, y con algunos comerciantes en la chirona. Luego, algunos gobernantes querrán imitar el “modelo”.
Mientras existan problemas sociales, habrá Bukele para rato; sin problemas, no hay superhéroes. La primera fase del populista, ya vimos, es ganarse a las masas atacando problemas puntuales, pero sin alterar el sistema. Luego vendrá lo que hace Ortega en Nicaragua, controlar cada espacio de la sociedad civil, sin derecho a protesta, advertimos.
La forma de dirigir una sociedad que busca salir de la pobreza no es a través de la represión, como hace Bukele, sino del consenso. Cuando no se tiene esta capacidad de articulación sectorial, y otras son las verdaderas intenciones de un gobierno, entonces se acude a la ordenanza, que es, en esencia, la antítesis de la libertad social y económica. Se trata de la fase recargada del populismo, la del totalitarismo de marras.
* Sociólogo.