De la columna “Pildoritas” de ayer, rescatamos unos versos sueltos, de Winston y el Sisimite, que fueron recibidos con mucho agrado por el colectivo. Parafraseando a Sor Juana Inés de la Cruz -“Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón,/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis”. Varios lectores solicitaron que concluyésemos lo iniciado. Así que, a lo anterior, agregamos otras estrofas. A continuación la versión completa: “Políticos necios os quejáis/ de elecciones inestables,/ sin ver que sois quienes causáis/ las tormentas indeseables./ Queréis paz en el ambiente/ Y soplando te pasáis/ atizando el leño ardiente/ ¿que no os quemará, pensáis?/ Unir la patria pedís/ con verbo astuto y artero,/ mas al tiempo dividís/ con puñal y con dinero./ Lloráis por la institución/ que vuestro pulso ha fracturado,/ ¿queréis que dé bien la función/ si desconfianza has rociado?/ Del caos sois el autor,/ cosechas lo que sembrasteis/ y os fingís su redentor;/ ¿de la necedad que inculcasteis?/ Y así en vuestra hipocresía/ sin escarmiento de los males:/ el país en agonía/ y vosotros, siempre iguales”.
“Clamáis por comicios puros,/ que sean libres demandáis/ cargando un machón oscuro/ de lo mismo que acusáis./Anheláis país unido/ en discursos mentirosos,/ mas sois quien lo ha dividido/ con desvergüenza y actos odiosos./ Gritáis: “¡el mal nos acecha!”,/ como si fuerais ajenos,/ cuando vuestra propia brecha/ esparció tanto veneno./ Escandalizados culpáis/ a otros, de lo que se carece,/ ninguna culpa aceptáis/ de la ruina que os pertenece./ Y pedís moderación/ mientras sembráis la trifulca,/ como quien da el empujón/ y después finge la culpa./ Cesad ya, de promesas vanas,/ ¡de fingir santa intención!/ Sin decencia el país no sana/ de su gravísima infición./ Suplicáis la transparencia/ como viéndote al espejo,/ ¿y no es tu opaca apariencia/ que empaña el impoluto reflejo?/ ¿Qué imparcialidad es deseada,/ de la consejera hostigada,/ si uno la quiere “azulada”/ y al otro le apetece “moteada”?/ Imploráis un ente alejado/ de los conflictos críticos,/ ¿y no es ese el resultado,/ de los enfrentamientos políticos?/ Lo anheláis muy distanciado,/ de lo impuro; sin que os ocurra,/ ¿si no es aire contaminado,/ de vuestro prejuicio y figura?/ Exigís para la ley respeto/ pero que se haga tu capricho / burlándola revés y derecho / desdecís lo antes dicho./ Al pueblo fingís amor/ y lloráis su desventura,/ sin una pisca de sabor/ de sus lágrimas de amargura./ Pero, qué desmedida ambición./ ¿Quién sufre vuestro egoísmo?:/ La patria, que en su aflicción/ repudia más de lo mismo./ ¡Necios, no os quejéis ahora/ llorando a llanto fingido!/ de vuestra obra demoledora,/contra este pueblo sufrido./ La fe siempre es llama de luz,/ que la esperanza os redima,/ no hagáis la del avestruz, recuperad vuestra autoestima”. (Explicá –entra el Sisimite– ¿cuáles de esas estrofas son las que escribiste? -Sospecho –ironiza Winston– que las otras, las que no son tuyas. ¿Y entonces, bien que sabés –vuelve el Sisimite–cuáles fueron las que yo hilvané? -Claro –vuelve a ironizar Winston– las que no son mías. ¿Y escuchaste –pregunta el Sisimite– lo que dijo el cardenal OARM, con su eminente criterio, comentando la elección del papa? -Por supuesto –responde Winston– pero lo verdaderamente insólito, –que retrata lo nocivo de la amargura versus el generososo obsequio de la bondad– es que mientras en un foro matutino se escucharon alaridos alusivos al autor de esta columna de opinión, el cardenal Óscar Andrés Rodríguez, en su entrevista, recomendaba –con gesto de ese cariño especial que agradecemos y que mucho nos honra– la lectura del editorial de LA TRIBUNA).