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lunes, abril 15, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: ¿Quién propicia el desempleo y los bajos salarios?

Cuando se estudia la teoría marxista en la universidad, uno de los primeros conceptos que se adquieren es el de “proletario” o “proletariado”, un término muy conocido en el ambiente académico sobre todo cuando se hacen análisis o ensayos desde la perspectiva de la sociología crítica. Los proletarios representan la masa de obreros y trabajadores que, al no poseer los medios de producción, es decir, del capital y la tierra, no tienen más opción que vender su fuerza de trabajo.

Marx y Engels, creían que los empresarios capitalistas se enriquecían a costillas de los obreros que, a cambio de ofrecer su mano de obra, recibían una mísera paga que se escurría en la adquisición de bienes y servicios que ellos mismos producían. Pensaron que llegaría el día en que los trabajadores y marginados del planeta se unirían en un solo haz revolucionario para cambiar el sistema deshumanizante que, según ellos, caracterizaba al capitalismo. Nada de eso pasó.

A pesar de todo, la crítica de Marx y Engels data del siglo XIX, pero hay gente que todavía cree a pie juntillas en esta tesis justiciera, y achaca a los empresarios las causas del desempleo y de los pésimos salarios. Cuando se tiene una visión parcial de la realidad se incurre en opiniones influidas por medios de comunicación irresponsables, portales de internet, o ensayos de académicos que se autodenominan como “progresistas”. En realidad, se trata de personas que siguen consignas estereotipadas de ideólogos influyentes, y de profesores universitarios que no entienden “ni jota” del funcionamiento de los mercados, sistemas productivos ni de costos.

En defensa de los empresarios, las cosas ya no son como cuando vivía Charles Dickens o Karl Marx en aquella Londres nebulosa de la Revolución Industrial; las características del paisaje de hoy en día han cambiado sustancialmente.

El desempleo en todas sus facetas, al igual que los salarios poco remunerados, pueden atribuirse a varias causas, entre ellas, las naturales, las económicas y las políticas. La pandemia del COVID-19- ha dejado una secuela histórica de excluidos -o de proletarios- en el sector productivo. Lo mismo sucede con los huracanes y terremotos. Pero, en tiempos de paz y tranquilidad, ¿por qué un país exhibe un alto índice de desempleo en su Población Económicamente Activa? Se podría atribuir el fenómeno a un factor pocas veces ponderado: el límite al crecimiento, es decir, las empresas no necesitan ir más allá de la cuota productiva que el mercado les exige. Los clientes definen cuánto habrá de producirse, mientras las empresas planifican la cantidad de empleados que se requiere para aumentar o mantener la cuota requerida.

La segunda causa puede deberse al saber especializado. ¿Cuánto sabemos y qué calidad de saber ostentamos? ¿Quiénes estarían dispuestos a pagarnos bien por ese saber? Cuando nuestro nivel de conocimientos es mediocre o bajo, no tenemos más opción que aceptar un empleo mal remunerado. Por cierto, cuando el sistema educativo es malísimo, el producto humano ostenta las mismas condiciones de precariedad que aquél. Si los programas académicos no corresponden con las circunstancias del mercado, los graduados no pueden competir con sus pares mejor educados. En resumidas cuentas, el mercado laboral está sujeto a las mismas oscilaciones que afectan a los bienes y servicios, sujetos a la oferta y la demanda, y a la libre elección de los clientes, en nuestro caso, de los empleadores.

El problema del desempleo y de los bajos salarios, en países como Honduras, dependen más del Estado que del mercado. En realidad, es el Estado el obligado a revolucionar el sistema educativo público, si quiere propiciar la igualdad de oportunidades, atenuar el desempleo y mejorar las competencias laborales. A menos que deje en manos privadas el sistema educativo. No es con uniformes escolares ni con asesores cubanos cómo se resolverá el asunto; ni siquiera como piensan algunos funcionarios de educación del gobierno actual, que apuestan a cerrar las brechas a punta de decretos. Hasta el propio Marx estaría en desacuerdo.

Héctor A. Martínez (Sociólogo)

 

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